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blica, pero no en aquella privada de las relaciones familiares y laborales; deja un amplio espacio decisio- nal a organismos tecnocrá- ticos no electivos, nacionales o internaciona- les; y cuando implica a los ciudadanos no los pone en contacto directo con la toma de decisiones, sino que lo hace indirectamente a través de los partidos y los parlamentos. La opinión pública europea aceptó ini- cialmente esta forma de democracia limitada. Aún pesaba el recuerdo de las catástrofes de los años 20 y 30. Y el fan- tasma sovié- tico lo mantiene vivo. Además, el sistema fun- ciona: la economía crece como nunca, las oportuni- dades se multiplican, el bie- nestar se difunde. Sin embargo, a partir de los años 60 los límites de la democracia postbélica co- mienzan a tambalearse con la promesa de la autodeter- minación subjetiva. Co- mienzan a ser discutidos uno a uno. Si la democra- cia garantiza a cualquiera la posibilidad de realizar su propio proyecto existencial, no se entiende por qué razón la amplia esfera de la vida privada debe ser regu- lada conforme a un patrón jerárquico y rígido. Las tec- nocracias parecen, cada vez más, instrumentos para disciplinar a los ciudada- nos, siempre a favor del neocapitalismo. En defini- tiva, participar en la vida de una comunidad política no puede consistir en votar cada cuatro o cinco años: es necesario implicarse co- tidianamente en el debate pública y conservar un con- trol directo e inmediato
sobre las decisiones colec- tivas. La rebelión contra la idea de democracia limi- tada explota con la protesta estudiantil y obrera de fina- les de los años 60. La crí- tica que lanzan al sistema no está injustificada, a fin de cuentas: el sistema ha hecho promesas que no puede cumplir. No está claro, sin embargo, qué al- ternativa tienen en mente. No se sabe cómo preten- den encontrar la cuadratura del círculo entre autodeter- minación subjetiva, orden social y acción colectiva. Muchos de ellos aún miran al marxismo. Pero, como explicó con gran lucidez en aquellos años el filósofo ca- tólico Augusto Del Noce, en los años 60 el marxismo era ya una ideología que la historia había falsado: esa vía, por tanto, quedaba ce- rrada.Incapaz de proponer una alternativa real al sis- tema, esta protesta ve la extinción de su empuje po- lítico a comienzos de los 70. Pero el deseo de eman- cipación subjetiva continúa siendo poderoso y genera tres consecuencias. En pri- mer lugar, impulsa un pro- ceso de ampliación de los derechos individuales: libe- ralización de los comporta- mientos sexuales, reconocimiento de la plena igualdad entre sexos, modi- fica las políticas de repre- sión hacia comportamientos conside- rados desviados y se pro- duce una ampliación del Estado de bienestar y los derechos sociales.En se- gundo lugar, en el mo- mento en el que se aceptan introducir estás reformas las élites políticas detectan que la democracia se está
sobrecargando. Un exceso de individualismo pone en riesgo el orden social. Un Estado de bienestar dema- siado generoso desestabi- liza las finanzas públicas. Para aligerar este peso sobre las instituciones, en- tonces, las mismas élites transfieren cuotas crecien- tes de poder a organismos no políticos: la tecnocracia pondrá freno al deseo de li- beración individual, mos- trando científicamente cuáles son los límites de lo posible; las instituciones supranacionales, en parti- cular las europeas, resta- blecerán las reglas de una economía pública virtuosa. El mercado mostrará, para decirlo con Margaret That- cher, "there is no alterna- tive" respecto a la disciplina económica.A partir de la mitad de los años 70, en tercer lugar, algunos inte- lectuales estadounidenses -Christopher Lasch, Ri- chard Sennett o Tom Wolfe- comienzan a descri- bir el tipo humano creado por este impulso hacia la emancipación subjetiva, el cual no encuentra balance en la presencia de proyec- tos políticos fuertes: el indi- viduo consciente y autónomo soñado por la democracia, a su entender, está degenerando en un narcisista. Patológicamente concentrado sobre sí mismo, aislado, infeliz, el narcisista es víctima de una distorsión cognitiva, puesto que reinterpreta todo a la luz de sus propias necesi- dades psicológicas. Crea en torno a sí, en suma, un mundo psicomorfo.Con el tiempo, estos tres fenóme- nos -la ampliación de los derechos individuales, la
pérdida de poder de las instituciones electivas y la difusión del narcisismo- harán cada vez más difícil hacer política en democra- cia. Y de esta crisis, como de las tentativas para resol- verla, se derivan los movi- mientos llamados populistas. La política tiene como objeto el uso colec- tivo del poder: debe con- vencer a las masas para cooperar en la realización de un proyecto sobre la base de una identidad, inte- reses, sentimientos e ideas comunes. Pero la política carece del poder para reali- zar cualquier proyecto de este tipo, en parte porque lo ha transferido voluntaria- mente a instituciones tec- nocráticas, económicas o judiciarias. De otra parte, porque se dirige a una so- ciedad móvil, fluida, protei- forme y conformada por individuos mal dispuestos a renunciar a cualquier espa- cio de libertad, -cada vez más amplios y más eficaz- mente tutelados por el de- recho- para ponerse la servicio de cualquier pro- yecto colectivo. En defini- tiva, ¿cómo podrá la política organizar y orientar a narcisistas, aislados el uno del otro y encerrados, cada uno, en su propio mundo psicomorfo? La única cosa que les aúna, en definitiva, es el rencor hacia quien, según ellos, les hace infelices. Es decir, las más de las veces, la propia política.Giovanni Or- sina es profesor de Historia en la Universidad LUISS- Guido Carli de Roma y autor de La democrazia del narcisismo (Marsilio, 2018).Texto traducido por Jorge del Palacio
Edición 788 Del 13 al 19 de septiembre del 2018
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Reportaje