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Edición 805 Del 10 al 16 de enero del 2019
El Directorio Comercial Latino de Montreal 17
Mundo
tal estilo de vida; debido a ello, recurrió a la alquimia.
Sabía que era ilegal, pero su di- nero se estaba acabando así que necesitaba esa elusiva fór- mula para convertir metales en oro.
No lo logró, por supuesto, así que se vio forzado a vender pro- piedades.
Fue entonces cuando sus exce- sos dejaron de ser tolerados por sus parientes que temían por su herencia.
Y también fue entonces que sus pares, como el duque de Bre- taña, vieron la oportunidad de hacerse con cuanto pudieran quitarle.
Delitos de los que probable- mente la aristocracia tenía cono- cimiento durante años, pero a los que no les habían prestado atención pues las víctimas, a sus ojos, no tenían ningún valor, se convirtieron en el pretexto para un juicio en su contra.
En septiembre de 1440 Gilles de Rais fue acusado de asesinato, brujería y sodomía. Fue juzgado por el tribunal eclesiástico y el civil.
Las atrocidades
Las descripciones de sus actos son espantosas.
De acuerdo a los rumores, cada vez que el barón de Rais visi- taba alguna de sus propiedades, niños del área desaparecían.
Se dijo que Gilles de Rais em- pleaba a una mujer que persua- día a menores a que fueran a sus suntuosos castillos.
Lo que pasaba tras las puertas aparece en las minutas del jui- cio, en la confesión de uno de sus sirvientes.
“A veces les cortaba la cabeza; otras, solo la garganta, y en otras ocasiones les rompía el cuello a golpes. Después de que las venas estaban cortadas para que languidecieran mientras su sangre se derramaba, Gilles a veces se sentaba en las barrigas de los niños y sentía placer. In- clinándose sobre ellos, los veía morir“.
Otros testigos cuentan cómo abría los cuerpos de niños y tenía relaciones sexuales con ellos mientras sus cadáveres to- davía estaban calientes.
También lo acusaban de hacer cosas inmencionables con el diablo.
Los historiadores subrayan que los sirvientes fueron torturados y que Gilles fue sentenciado tam- bién a ser torturado.
Lo llevaron a la cámara de tor- tura y lo amarraron. Sabiendo que era imposible resistir el dolor, prefirió hablar antes que después de la tortura.
“Gille de Rais le habló abierta y voluntariamente a todos los pre- sentes y confesó que debido al ardor y placer al satisfacer sus deseos carnales, había tomado a un gran número de niños. A veces los había sometido a va- rios tipos de tortura.
“Cometió el vicio sodomítico con ellos cuando estaban agoni- zando y sentía placer besando niños que ya estaban muertos y juzgando cuál de ellos tenía la cabeza más bella.
“Después hacía que sus sirvien- tes tomaran los cuerpos, los quemaran y los redujeran a ceni- zas“.
Estas no son de lejos las confe- siones más repugnantes o ma- cabras de Gilles de Rais o sus
sirvientes, pero dan una idea de cuán espantosos eran los críme- nes de los que se hablaba.
Se calculó que mató entre 80 y 200 menores, la mayoría varo- nes.
Gilles de Rais pidió que su con- fesión fuera publicada en fran- cés, para que la multitud la pudiera entender, en vez del obligatorio latín usado en las cortes.
Lo habían amenazado con la ex- comunión, una eternidad en el infierno, a menos de que confe- sara. Con su detallado testimo- nio se aseguró su lugar en el cielo.
“El tribunal condena al acusado a ser ahorcado y quemado. La ejecución tendrá lugar mañana entre las 11 de la mañana y el mediodía”, fue el veredicto.
¿Culpable?
Es difícil imaginar crímenes más atroces que aquellos por los que Gilles de Rais fue a la horca el 26 de octubre de 1440; proba- blemente por eso su historia no ha sido olvidada.
Pero también es quizás por ello que desde entonces ha habido personas que cuestionan el ve- redicto de la Iglesia, desde el rey Carlos VII hasta el ensayista de los años 20 Salomon Reinach y los biógrafos Fernand Fleuret y Jean-Pierre Bayard, entre otros.
En 1992, se convocó incluso un tribunal de casación que se reu- nió en un salón dorado del Pala- cio de Luxemburgo en París.
Examinaron el acta del juicio de Gilles de Rais a manos del obispo Jean de Malestroit de Nantes y escucharon los argu- mentos de que fue víctima de pruebas circunstanciales y que puede que no hubiera matado a
ningún niño.
Gilbert Prouteau, autor de una biografía de Gilles de Rais y or- ganizador del evento, argumentó que fue ejecutado porque el obispo Malestroit y su aliado Jean V, Duque de Bretaña, codi- ciaban sus propiedades.
Este último procesó el caso se- cular y recibió todos los títulos de las tierras del ejecutado barón de Rais.
Para Michel Crepeau, exministro de Justicia francés, el noble bre- tón fue juzgado por brujería cuando la verdadera motivación del juicio era política, como había ocurrido con Juana de Arco.
Henri Juramy, el abogado que presidió la sesión, dijo que dado que no se habían presentado pruebas materiales de la culpa- bilidad de Gilles de Rais y que su confesión se obtuvo clara- mente mediante tortura, el tribu- nal lo declaraba inocente y le solicitaba al entonces presidente François Mitterrand que restau- rara “la verdad histórica”.
Si bien quizá sea posible demos- trar que, en un proceso legal contemporáneo, la falta de prue- bas contundentes y la forma en la que se consiguieron las confe- siones no permitirían que se le declarara culpable, probar la ino- cencia de Gilles de Rais o deter- minar la verdad de lo que ocurrió todos estos siglos después es casi imposible.
No obstante, siguen publicán- dose libros y blogs defendién- dolo y culpándolo, y su historia sigue atrayendo turistas a esa esquina de Francia en la que vivió y murió.