Page 10 - Edicion 767 El Directorio
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Historias
Cómo me salve a mí misma y a más de 400 mujeres del corredor de la muerte
Cuando Susan Kigula fue de- clarada culpable de asesinar a su pareja y condenada a muerte, nadie imaginó que estudiaría derecho y lograría no solo reducir su condena, sino también la de otros con-
de 14 años que estaba sen- tado con la familia de la pa- reja fallecida de Kigula, a unos metros de distancia.
“¿Sabes que te amo?”, repi- tió. “¡Yo soy tu madre!”, gritó
Su historia
Kigula nació en Masaka, una ciudad ganadera de Uganda central, en el seno de una fa- milia acomodada.
“Mi infancia feliz no me pre- paró para lo que vendría en la edad adulta”, comenta.
Kigula había estado traba- jando durante un par de años en una pequeña tienda de regalos en Kampala cuando conoció a Constan- tine Sseremba, quien, a los 28 años, era 10 mayor que ella.
“Había sangre caliente sa- liendo de una herida allí. Las sábanas estaban empapadas de sangre. No era solo mía”.
“Debido a que las luces prin- cipales estaban apagadas, no pude ver la escena de in- mediato ni ver lo que nos es- taba sucediendo. Me senté mareada sobre la cama, con- fundida”.
Luego encendió una linterna. Los niños estaban bien.
“Constantine estaba en el suelo, gimiendo. Tenía el cuello cortado. Todo sucedía muy rápido”.
Patience entró inmediata- mente a la habitación. Dijo que había visto a dos perso- nas salir corriendo del apar- tamento momentos antes.
“Tenía la vista nublada y me tambaleaba. Salí a llamar a los vecinos para que vinieran a ayudarnos. Vi un par de fi- guras huyendo, pero podría haber sido cualquiera cosa,
denados a muerte.
Cuando una joven en Uganda acusada de matar a su marido fue sentenciada a muerte, nadie podía imaginar que eso la impulsaría a estu- diar derecho para obtener su libertad y la de cientos de otras mujeres en el corredor de la muerte.
Susan Kigula hoy está libre, y se ha propuesto fundar el pri- mer estudio de abogacía in- tegrado por abogados tras las rejas.
Parada en el banquillo de los acusados una tarde de no- viembre de 2011, Susan Ki- gula descargó el peso de 11 años en el corredor de la muerte cuando se dirigió a su hijastro.
“¿No sabes cuánto te amo?”, le dijo llorando al adolescente
cayendo de rodillas, envuelta en lágrimas.
Se volvió luego hacia la fami- lia de su compañero y dijo que lo sentía.
La prensa local en Uganda describió lo ocurrido como la “admisión de un crimen horri- ble”.
Pero ella asegura que no es a eso a lo que ella se refería.
“La prensa mintió”, dice.
-¿No confesaste el asesinato de tu compañero, Constan- tine Sseremba?
-“No, querida”, la voz de Ki- gula es tranquila. Le han hecho esta pregunta dema- siadas veces como para ofenderse.
“Te diré mi verdad”.
Empezaron a vivir en pareja en un pequeño apartamento de sólo dos habitaciones pero que Kigula consideró
ideal para familia, confor- mada por ellos dos y el hijo de Sseremba de una relación anterior. Pronto tuvieron su propia hija.
El 9 de julio de 2000 pudo haber sido un día común y corriente, dice Kigula.
Después de cenar, Ki- gula, Sseremba y sus hijos se fueron a dor- mir.
Dormían todos juntos en el único dormitorio. Su criada, Patience Nansamba, dormía en un colchón en la sala de al lado.
Aesodelas2.30de la mañana, Kigula se despertó al sentir un golpe en la parte pos- terior de su cuello.
10 El Directorio Comercial Latino de Montreal
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Edición 767 Del 19 al 25 de abril del 2018


































































































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