Page 3 - MONTT LATINAMERICAN MAGAZINE, MAYO 2018, español
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-Editorial-
La corrupción en Latinoamérica ha sido un fenómeno casi endémico, estructural y, en muchas ocasiones, sistémico, salvo probablemente en los casos de Chile, Costa Rica y Uruguay. Acostumbrados a la impunidad y al dinero fácil en la región, llama la atención esta ola imparable que recorre el continente en los últimos años, donde varios Jefes de Estado están presos o terminaron enfrentando la justicia. Otras autoridades prefirieron el suicidio a ir a la cárcel, mientras algunos Presidentes, como Evo Morales, perdieron el referéndum por la reelección, cuando la ciudadanía se enteró de una historia de posible corrupción con su ex novia. Los últimos cuatro ex Presidentes de Perú fueron acusados de corrupción, uno, Pedro Pablo Kuczynski acaba de ser destituido y el otro, Alejandro Toledo, está prófugo de la justicia. Lo mismo ocurre con los últimos tres Presidentes de El Salvador, mientras que el ex Presidente de Panamá, Ricardo Marinelli, resiste en Miami para no ser extraditado. Esto, por nombrar a algunos de una larga lista. Nunca antes vimos en la región un espectáculo tan indigno, denigrante e ignominioso, pero al mismo tiempo sorprendentemente esperanzador de que por fin la justicia y la ley logran imponerse, aunque todavía de manera imperfecta y no siempre con toda la eficiencia que uno podría esperar.
A partir de la operación denominada Lava Jato, el tema de la corrupción comenzó a cambiar, primero en Brasil y luego en el resto de la región, donde las acciones del juez a cargo, Sergio Moro, empezaron a reverberar.
La fuerza con la que este profesional y su equipo se abocaron a la tarea de limpiar al país no tiene precedente en ningún período histórico, ni de Brasil ni del resto del continente, al punto que fue capaz de encarcelar al político más popular y posible próximo Presidente de Brasil, Lula da Silva, contraviniendo todos los intereses económicos y políticos en juego.
Hace tres años comenzó a investigar una red de corrupción en la petrolera estatal Petrobras que, primero hizo caer a la plana mayor de la empresa y luego a parte importante de la clase política. Después detonó otra bomba, porque la investigación condujo a la detención del empresario más poderoso de Brasil, Marcelo Odebrecht, quien decidió aceptar la oferta de delación compensada de la Fiscalía brasileña. Fue así como se destapó otro escándalo monumental cuando delató a sus cómplices y reveló todos los secretos de su organización, lo que le permitió rebajar en 10 años la condena de 19. Su delito: pagar sistemáticamente cientos de millones de dólares para corromper a funcionarios del Gobierno en países de Latinoamérica, Norteamérica e incluso Europa, a cambio
El Flagelo de la Corrupción
“No será fácil erradicar la corrupción; to- mará su tiempo, pero los acontecimientos de Brasil y la forma en que los distintos países de Latinoamérica están reaccio- nando al adoptar regulaciones que con- tribuyan a una mayor probidad permiten prever un futuro mejor”.
Presidente de Montt Group, Santiago Montt
de adjudicarse obras y enriquecerse ilícitamente. Es verdad que el trabajo realizado por el grupo de jueces liderado por Moro no ha concluido, todavía quedan muchas aristas por definir y ellos tienen bastante que aprender de esta verdadera gesta, pero hasta aquí su efecto en el resto del continente e incluso en el resto del mundo ha sido impresionante. La forma en que están haciendo imperar la justicia y la integridad constituye un ejemplo pocas veces antes visto. Moro le recordó al mundo que las sociedades democráticas basadas en en el Estado de Derecho deben velar por el cumplimiento y obediencia de las leyes universales, y todos sus ciudadanos están obligado a acatarlas, sin excepción de ningún tipo. De la noche a la mañana, la corrupción no dejará de existir ni en Latinoamérica ni en el mundo, pero lo relevante de la acción de Brasil es que demostró que las instituciones funcionan y responden. Esto hace que disminuya la impunidad, con lo cual se recupera un tesoro perdido, la credibilidad. Sólo así podremos comenzar a pensar en emprender las grandes reformas políticas y judiciales pendientes en nuestra región y generar, desde el sector privado, un nuevo modelo de hacer negocios con integridad. No será fácil erradicar la corrupción; tomará su tiempo, pero los acontecimientos de Brasil y la forma en que los distintos países de Latinoamérica están reaccionando al adoptar regulaciones que contribuyan a una mayor probidad permiten prever un futuro mejor. La corrupción es un flagelo que empobrece a los ya empobrecidos pueblos; frena el desarrollo económico; destruye la gobernabilidad y la moralidad de las sociedades. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cada año se paga un billón de dólares en sobornos, mientras otros 2.6 billones son robados mediante distintos tipos y fórmulas de corrupción. Esta suma equivale al cinco por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial. La misma organización internacional estima que en la región este delito ocasiona la pérdida de una cantidad de dinero 10 veces superior a la inversión que realizan los programas sociales y de ayuda de los distintos Gobiernos. Transparencia Internacional acaba de señalar que este extendido mal “le está robando a millones de personas un futuro mejor”. Tal como se demostró en el caso brasileño, con sus movilizaciones sociales que impulsaron la valiente acción de los jueces y fiscales, el trabajo que viene por delante no es sólo de la justicia, es un trabajo que debe involucrar a la sociedad entera.
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