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privadas”, recordó el futuro empresario.
“Yo le decía a Dios: ‘tiene que haber algo, yo sé ven- der, tiene que haber un negocio’. Entonces un amigo filipino me ofrece la oportunidad de vender uten- silios de cocina, y sin prejuicio alguno le dije adiós a los pianos y entré a la compañía Royal Prestige”, dijo Olmedo al pensar que le estaban ofreciendo la oportunidad de tener su propio negocio. “El trabajo de los pianos era eso, un trabajo, y como yo quería un negocio me di cuenta de que esto era lo que es- taba buscando. Todo el mundo me llamó loco, tonto, decían que me iba a morir de hambre, pero yo creía
firmemente en lo que estaba haciendo”, explicó. Olmedo le dio al clavo. Después de tocar puertas y tener un modesto puesto en un ‘swap meet’ y en el mercadito del Este de Los Ángeles, en su primer año vendiendo ollas facturó 125,000 dólares. Hoy, él y su esposa Laura, tienen un equipo de más de 1,000 personas que generan ingresos de hasta 70 millones