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Su cara ha vuelto a poblar los carteles de publicidad de las interminables aveni- das de Los Ángeles. Jim Carrey está de vuelta. Han pasado cuatro años desde
su último conato de gloria en cartelera y con- fía en que esta vez la apuesta sí dé réditos. Con Dark Crimes (2006) los palos arreciaron como una tarde de aguacero redentor.
Parte de la clave a veces reside en la promoción, al menos para que tintinee la caja registradora. Vestido con una chaqueta de cuero y camiseta negra, el canadiense no parece dispuesto a mal- gastar el tiempo. Se toma en serio los pocos mi- nutos de conversación presupuestados. Eso para un tipo que lleva escrito el cachondeo en el sem- blante de forma indeleble no es cualquier cosa. Es como si se hubiera hecho mayor de repente.
Hay pocos villanos en su ex- pediente. ¿Diría que le ayu- dan a expresarse mejor?
Me siento como si no hu- biera restricciones, como una invitación a ser tan salvaje como quiera ser, dentro de los parámetros de la historia, claro.
Es como una invitación a bailar, como
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