Page 22 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
manera que el cochero tuvo que emplear toda su fuerza para
impedir que se desbocaran. Sin embargo, a los pocos minutos
mis oídos se habían acostumbrado a los aullidos, y los caballos
se habían calmado tanto que el cochero pudo descender y pa
rarse frente a ellos. Los sobó y acarició, y les susurró algo en las
orejas, tal como he oído que hacen los domadores de caballos, y
con un efecto tan extraordinario que bajo estos mimos se volvie
ron nuevamente bastante obedientes, aunque todavía tembla
ban. El cochero tomó nuevamente su asiento, sacudió sus rien
das y reiniciamos nuestro viaje a buen paso.
Esta vez, después de llegar hasta el lado extremo del
desfiladero, repentinamente cruzó por una estrecha senda que
se introducía agudamente a la derecha.
Pronto nos encontramos obstruidos por árboles, que en
algunos lugares cubrían por completo el camino, formando una
especie de túnel a través del cual pasábamos. Y además de eso,
gigantescos peñascos amenazadores nos hacían valla a uno y
otro lado.
A pesar de encontrarnos así protegidos, podíamos escu
char el viento que se levantaba, pues gemía y silbaba a través
de las rocas, y las ramas de los árboles chocaban entre sí al
pasar nosotros por el camino. Hizo cada vez más frío v una fina
nieve comenzó a caer, de tal manera que al momento alrededor
de nosotros todo estaba cubierto por un manto blanco. El agu
zado viento todavía llevaba los aullidos de los perros, aunque
éstos fueron decreciendo a medida que nos alejábamos. El aulli
do de los lobos, en cambio, se acercó cada vez más, como si
ellos se fuesen aproximando hacia nosotros por todos lados. Me
sentí terriblemente angustiado, y los caballos compartieron mi
miedo. Sin embargo, el cochero no parecía tener ningún temor;
continuamente volvía la cabeza hacia la izquierda y hacia la
derecha, pero yo no podía ver nada a través de la oscuridad.
Repentinamente, lejos, a la izquierda, divisé el débil res
plandor de una llama azul. El cochero lo vio al mismo tiempo;
inmediatamente paró los caballos y, saltando a tierra, desapare
ció en la oscuridad. Yo no sabía qué hacer, y mucho menos
debido a que los aullidos de los lobos parecían acercarse; pero
mientras dudaba, el cochero apareció repentinamente otra vez, y
sin decir palabra tomó asiento y reanudamos nuestro viaje.
Creo que debo haberme quedado dormido o soñé repe
tidas veces con el incidente, pues éste se repitió una y otra vez,
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