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                      MAL DE OJO,

         Leocadia  sintió sueño, un sueño penoso, y,
       no obstante, no podía dormirse. Quiso levan-
        tarse, y no encontró  fuerza para hacerlo; los
        pies no la obedecían  ,  los brazos se negaban á
        todo movimiento; pasó una nube por sus ojos;
        se creyó desprendida de sí misma; quiso gritar,
        y la voz se ahogó en su garganta  ; sólo su pen-
        samiento pudo articular estas palabras
          — ¡Dios mío! Me muero.

                         VIII.

          Guando entraron luz  , Leocadia parecía dor-
        mida;  pero había en su  actitud un abandono,
        una pesadez, más propia de  la muerte que del
        sueño. Su madre  se acercó á ella, notando su
        semblante extremadamente pálido. Le cogió una
        mano y la encontró fría y los dedos rígidos.
             ,
          — ; Leocadia  !  ¡ Leocadia — gritó alarmada
                              !
          Y Leocadia abrió  los ojos  , y los clavó en su
        madre con profunda mirada.
          — Hija mía! —  gritó otra vez la buena señora.
            i
          Y asiendo el cordón de la campanilla, la agitó
        con violencia y toda la gente de la casa se re-
                   ,
        unió precipitadamente en la sala.
          — Un médico!  ( exclamó la madre. ) Un mé-
            ;
                                       ¡
        dico!.... ¡Mi hija se muere  !
          Salieron en busca de un médico.
          Entre tanto , con la confusión que en tales ca-
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