Page 92 - LIBRO SANTACRUZ
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          Luego, el padre de Alejandra pronunció una frase que nadie supo in-
          terpretarla correctamente, es decir, lo que en realidad quiso decir:
          “Ahora soy más prudente y me niego a ser parte de la intimidad de
          los que quiero. Nadie tolera al testigo de sus miserias ocultas”. Eu-
          clides se quedó pensativo e intentó decir una frase oculta, prefirió el
          silencio, mirando a Alejandra se dijo solo para sí mismo: “Nadie más
          que nosotros dos sabemos que nos amamos y sé que es lo mejor, por-
          que de esa manera nadie intentará separarnos jamás”.

          El padre de Alejandra actuaba con total desfachatez y arbitrariedad
          y todos se quedaron mudos, fríos, miraban al hombre con ojos azo-
          rados y tímidos. El hermetismo que reinaba en la sala era asfixiante,
          incómodo, sofocante. Nadie se animó a levantar la voz. Al final, Eu-
          clides intentó hablar otra vez, no se achicopaló, estaba sereno y de-
          mostró que tenía los cojones bien puestos.

          -Pero yo… -dijo Euclides.

          -¡Silencio! Basta -dijo el padre de Alejandra con tono amenazante-,
          esta conversación termina aquí.  Y se marchó dando otro portazo.

          Entonces recién comenzaron a devorar el buffet criollo: comieron
          opíparamente rapi al jugo, majadito de charque con huevo y plátano
          frito, luego les arrimaron picante mixto de gallina criolla con ají de
          lengua, keperí al horno y pastel de gallina, que estaba servido sobre
          la mesa. Todos saborearon el almuerzo sin decir una palabra, se mi-
          raban de reojo y nadie dijo nada de nada sobre el incidente ocurrido.
          Euclides estaba tranquilo, sereno, se sirvió una buena porción de ma-
          jadito y picante mixto. Alejandra estaba un poco callada, perturbada
          y no dijo nada al comienzo, pero al final del almuerzo pidió disculpas
          a todos, sin entrar en detalles ni comentarios.

          Fue aquella vez que Euclides no captó el mensaje de su futuro
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