Page 15 - Edición 787 de El Directorio
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riodista y vecino del Raval pe- desde hace tres años- que el problema es creciente y apa- rentemente invisible, porque el transeúnte de paso no lo nota, pero el vecino se lo en- cuentra regularmente en dife- rentes momentos del día.
Puente estaba especialmente interesado en el narcopiso de Agustí Duran porque, según se dice, tenía incluso unapro- gramación de disc jockeys que amenizan las horas en las que los yonquis estaban ahí, esperando su dosis -el dinero, ya se ha dicho, lo obtienen de mendigar por los alrededores, robándole clientela a los tra- vellers perroflautas de toda la vida; los vecinos no caen en la trampa, pero los turistas sí, y al cabo del día se reúne lo suficiente para un pico, unos 20 euros. A Puente le interesa tanto el fenómeno de los in- fradjs, aquellos aficionados a la música que cargan con sus discos por lugares insospe- chados y viven al margen del circuito comercial, que se ha autopublicado un libro mono- gráfico este año. El colmo del infradj, por tanto, sería poner música en un espacio tan clandestino como un narco- piso: pinchar para los que se pinchan.Más allá de la curiosi-
dad, lo que se advierte paseando
irrup- ción al estilo Miami Vice, con
su pico, y luego sale por su pro- pio pie hasta el día siguiente,
aleatoriamente por el Raval, y poniendo especial atención en rincones por los que normal- mente se transita sin mirar, es el trasiego de figuras sospe- chosas que acarrean hatillos, piden por las terrazas y llevan un tipo de ropa poco vera- niega para tapar las señales de las agujas en los brazos o su escualidez mórbida. Si se alza la cabeza, de vez en cuando aparece un par de za- patillas deportivas colgadas de un cable o una cuerda ten- dida entre dos edificios, el signo que habitualmente in- dica que hay droga cerca. O en el caso de que se resida en la zona y se lleve una vida habitual de salir a la calle y no recluirse entre cuatro paredes, diferentes situaciones como encontrarse a yonquis tirados por la calle a las ocho de la mañana, normalmente en los alrededores del narcopiso. O verles emerger, como los vampiros, con la puesta del sol, en busca de su dosis.Me explicaba Puente que la poli- cía ya había conseguido infil- trarse en el narcopiso de Agustí Duran -que incluso tenía cámara de seguridad, y una recepción-, y había ex- pectación, una especie de calma chicha, antes de la
patada en la puerta, y su pos- terior precintado. Lo que suce- día dentro es un misterio, aunque es fácilmente imagi- nable si se piensa en los pisos de crack que aparecen en las películas: aquello debería ser un dédalo de pequeñas habi- taciones de mala muerte en las que el yonqui pasa el tiempo preciso para asimilar
o a empujones para jugársela a cara o cruz tirado en la calle si se ha inyectado una dosis excesiva. Sería tremendista llamarlo narcoturismo, pero es la palabra que más se ajusta a la realidad del barrio cuando salen a la luz sus bajos fon- dos: vienen a eso porque se les ha puesto fácil.
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Edición 787 Del 6 al 12 de septiembre del 2018
El Directorio Comercial Latino de Montreal 15