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EXPERIENCIA INICIAL Conecta T sá~à~ê=~=ä~=iìå~
nuestro planeta:
lgunos instantes después, los tres com-
pañeros ocupaban su puesto en el pro-
«Al mirar ese planeta azul supe que cualquier otro oasis
yectil y habían ya atornillado interiormente
o no existía o estaba demasiado lejos, y que el camino
la tapa. La boca del Columbiad, entera-
de retorno pasaba por él.»
mente despejada, se abría libremente
hacia el cielo. Nicholl, Barbicane y Michel Las palabras de Armstrong recogen la profunda admi-
Ardan se hallaban definitivamente encerrados en su vagón ración que sintió al encontrarse en una situación excep-
de metal. ¿Quién sería capaz de pintar la ansiedad universal cional en la historia humana, y la expresan utilizando una
llegada entonces a su paroxismo? La Luna avanzaba en simbología muy sugestiva: compara el cosmos con el de-
un firmamento de límpida pureza, apagando al pasar el sierto, que ha de ser atravesado en un viaje, y que simboliza
centelleo de las estrellas. Recorría entonces la constelación la vida misma. Pero esa extensión de polvo de estrellas
de Géminis, y se hallaba casi a la mitad del camino del que constituye el universo tiene un punto de referencia
horizonte y el cenit. No había, pues, quien no pudiese que jalona y marca la ruta: nuestro planeta Tierra.
comprender fácilmente que se apuntaba delante del ob-
Armstrong da a entender que no se puede hacer esa
jeto, como apunta el cazador delante de la liebre que
travesía sin dejar de partir o de pasar por el planeta azul,
quiere matar y no a la liebre misma. […] Un silencio im-
el hogar y el oasis al que, siempre que alguien viaje por el
ponente y aterrador pesaba sobre toda la escena. ¡Ni un
desierto sideral, ha de volver.
soplo de viento en la Tierra! ¡Ni un soplo en los pechos!
Los corazones no se atrevían a palpitar. Todas las mi- Para los astronautas, el viaje a la Luna no supuso la des-
radas convergían azoradas en la boca del Columbiad. trucción del mito que representaba ese astro; lo impor-
tante para ellos fue el encuentro con el Misterio que los
Julio Verne, De la Tierra a la Luna.
llevó a redescubrir nuestra propia nave, el planeta azul,
la Tierra, y su carácter irreductiblemente único y excep-
cional.
Desde el origen de los tiempos, la Luna ha provocado en
los seres humanos una gran fascinación. Ha sido consi-
derada diosa de la noche, promotora de encantamientos
y capaz de cambiar las conductas de personas y animales,
según la fase en la que se encontraba. Su presencia enig-
mática ha inspirado a músicos, pintores y escritores. Así,
en 1865, el novelista francés Julio Verne publicó su obra
De la Tierra a la Luna, en la que describía, con grandes
dosis de imaginación, cómo podría llevarse a cabo este
viaje fantástico, en el que unos intrépidos viajeros eran
lanzados al espacio por medio del cañón Columbiad.
La conquista de la Luna
Ya había pasado algo más de un siglo cuando, el 16 de
julio de 1969, los astronautas Armstrong, Aldrin y Co-
llins, a bordo de la nave Apolo XI, hicieron realidad el
sueño de Julio Verne: por primera vez en la historia, el ser
humano puso sus pies en la Luna. De hecho, parecía que
los ingenieros que habían diseñado el viaje hubieran que-
rido reproducir, casi paso a paso, la aventura ideada por
el famoso novelista francés.
Son muchas las frases pronunciadas en aquel viaje que
han quedado para la posteridad. Una de ellas, dicha por
Armstrong tras dejar la órbita terrestre, evoca la capa-
cidad de asombro del astronauta ante la visión única de
U