Page 17 - Crepusculo 1
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LIBRO ABIERTO


                      El día siguiente fue mejor... y peor.
                      Fue mejor porque no llovió, aunque persistió la nubosidad densa y oscura; y más fácil,
               porque sabía qué podía esperar del día. Mike se acercó para sentarse a mi lado durante la clase
               de Lengua y me acompañó hasta la clase siguiente mientras Eric, el que parecía miembro de
               un club de ajedrez, lo fulminaba con la mirada. Me sentí halagada. Nadie me observaba tanto
               como el día anterior. Durante el almuerzo me senté con un gran grupo que incluía a Mike,
               Eric, Jessica y otros cuantos cuyos nombres y caras ya recordaba. Empecé a sentirme como si
               flotara en el agua en vez de ahogarme.
                      Fue peor porque estaba agotada. El ulular del viento alrededor de la casa no me había
               dejado dormir. También fue peor porque el Sr. Varner me llamó en la clase de Trigonometría,
               aun cuando no había levantado la mano, y di una respuesta equivocada. Rayó en lo espantoso
               porque tuve que jugar al voleibol y la única vez que no me aparté de la trayectoria de la pelota
               y la golpeé, ésta impactó en la cabeza de un compañero de equipo. Y fue peor porque Edward
               Cullen no apareció por la escuela, ni por la mañana ni por la tarde.
                      Que llegara la hora del almuerzo —y con ella las coléricas miradas de Cullen— me
               estuvo aterrorizando durante toda la mañana. Por un lado, deseaba plantarle cara y exigirle
               una explicación. Mientras permanecía insomne en la cama llegué a imaginar incluso lo que le
               diría, pero me conocía demasiado bien para creer que de verdad tendría el coraje de hacerlo.
               En comparación conmigo, el león cobardica de El mago de Oz era Terminator.
                      Sin embargo, cuando entré en la cafetería junto a Jessica —intenté contenerme y no
               recorrer la sala con la mirada para buscarle, aunque fracasé estrepitosamente— vi a sus cuatro
               hermanos,  por  llamarlos  de  alguna  manera,  sentados  en  la  misma  mesa,  pero  él  no  los
               acompañaba.
                      Mike nos interceptó en el camino y nos desvió hacia su mesa. Jessica parecía eufórica
               por la atención,  y sus amigas pronto se reunieron con nosotros. Pero estaba incomodísima
               mientras escuchaba su despreocupada conversación, a la espera de que él acudiese. Deseaba
               que se limitara a ignorarme cuando llegara, y demostrar de ese modo que mis suposiciones
               eran infundadas.
                      Pero no llegó, y me fui poniendo más y más tensa conforme pasaba el tiempo.
                      Cuando al final del almuerzo no se presentó, me dirigí hacia la clase de Biología con
               más confianza. Mike, que empezaba a asumir todas las características de los perros golden
               retriever, me siguió fielmente de camino a clase. Contuve el aliento en la puerta, pero Edward
               Cullen tampoco estaba en el aula. Suspiré y me dirigí a mi asiento. Mike me siguió sin dejar
               de hablarme de un próximo viaje a la playa y se quedó junto a mi mesa hasta que sonó el
               timbre. Entonces me sonrió  apesadumbrado  y se fue a sentar  al  lado de una  chica con un
               aparato ortopédico en los dientes y una horrenda permanente. Al parecer, iba a tener que hacer
               algo con Mike, y no iba a ser fácil. La diplomacia resultaba vital en un pueblecito como éste,
               donde  todos  vivían  pegados  los  unos  a  los  otros.  Tener  tacto  no  era  lo  mío,  y  carecía  de
               experiencia a la hora de tratar con chicos que fueran más amables de la cuenta.
                      El tener la mesa para mí sola y la ausencia de Edward supuso un gran alivio. Me lo
               repetí hasta la saciedad, pero no lograba quitarme de la cabeza la sospecha de que yo era el
               motivo de su ausencia. Resultaba ridículo y egotista creer que yo fuera capaz de afectar tanto





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