Page 97 - En el corazón del bosque
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público, claro. Y por ahí hay una caja registradora, aunque no estoy seguro de
      que funcione todavía. ¿Es una tienda? Es posible. No lo sé. ¿Importa acaso? Es mi
      hogar.
        Noah reflexionó un poco y luego recorrió los pasillos, mirando las marionetas
      como  si  pudieran  revelarle  sus  secretos.  Finalmente  seleccionó  dos  de  las
      estanterías, ambas figuras tradicionales de hombres.
        —¿Tienen nombre? —preguntó, sosteniéndolas en alto.
        —Por supuesto —repuso el viejo con una sonrisa—. La de tu mano izquierda
      está inspirada en mi padre. Se le parece bastante. Y la de la derecha… bueno,
      fue  vecino  de  papá  antes  de  que  yo  naciera;  el  maese  Cereza.  Tira  de  los
      cordeles y verás algo que te gustará.
        Noah  tiró  de  las  cuerdas  bajo  los  pies  de  los  dos  muñecos.  Levantaron  los
      brazos y las piernas, tal como esperaba, pero —¡qué maravilla!— el pelo se les
      levantó también.
        —¡Llevan peluca! —exclamó, riendo.
        —Siempre  las  llevaron.  Una  vez,  tuvieron  una  pelea  terrible  y  casi  se
      quedaron sin ellas.
        —¿Por qué se pelearon?
        —Por un malentendido, nada importante.
        —Ah. ¿Y volvieron a ser amigos después?
        —Grandes  amigos  —contestó  el  viejo  con  orgullo—.  Y  juraron  seguir
      siéndolo el resto de sus vidas.
        Noah  asintió  con  la  cabeza,  complacido  con  aquella  historia,  y  dejó  las
      marionetas en la estantería.
        —¿Y éstas? —Eligió dos más y las sostuvo ante sí—. El zorro y el gato.
        —Unas criaturas terribles —dijo el viejo, frunciendo el entrecejo; su voz sonó
      más grave al mirar a aquellos malévolos animales—. Menudo par de granujas
      infames. Me robaron cinco monedas de oro e hicieron que me mandaran a la
      cárcel. Nunca confíes en un zorro o un gato. Ya está. Ya lo he dicho.
        Noah se mostró sorprendido, y se volvió de nuevo hacia la estantería para
      escoger otra marioneta.
        —¿Y ésta? —preguntó señalando una criatura de brillantes colores.
        —Ah, el grillo —respondió el anciano—. Un tipo estupendo al que traté fatal.
        —¿De veras? ¿Qué le hizo?
        —Lo aplasté contra la pared con un martillo de madera y lo maté.
        Noah se quedó espantado.
        —¿Por qué? —quiso saber—. ¿Por qué hizo una cosa así?
        —Me  acusó  de  tener  la  cabeza  de  madera.  Es  posible  que…  —Miró
      alrededor, al parecer un poco avergonzado—. Es posible que me excediera con
      mi reacción. Pero no pongas esa cara de horror, muchacho. El grillo volvió con
      una forma distinta, como una especie de fantasma. Después de eso, nos hicimos
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