Page 80 - El niño con el pijama de rayas
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—¿Te has vuelto loca? —preguntó Bruno, tratando de hacerle creer que se lo
      había imaginado todo, pero no sonó muy convincente porque él no era un actor
      nato como la Abuela.
        Gretel meneó la cabeza amenazándolo con el dedo índice.
        —¿Qué has dicho, Bruno? —insistió—. Acabas de decir que podrías estar con
      alguien. ¿Con quién? ¡Dímelo! Aquí no hay nadie con quien jugar, ¿no?
        Bruno consideró el dilema en que se encontraba. Por una parte, su hermana y
      él  tenían  una  cosa  fundamental  en  común:  que  no  eran  adultos.  Y  aunque  él
      nunca se había molestado en preguntárselo, había muchas probabilidades de que
      Gretel se sintiera tan sola como él en Auschwitz. Al fin y al cabo, en Berlín ella
      podía jugar con Hilda, Isobel y Louise; quizá fueran unas niñas muy pesadas,
      pero  al  menos  eran  sus  amigas.  Allí,  en  cambio,  no  tenía  a  nadie,  salvo  su
      colección de muñecas sin vida. Pero ¿cómo podía saber Bruno hasta qué punto
      estaba loca Gretel? Quizá creyera que las muñecas le hablaban.
        Por otra parte, Shmuel era su amigo, no de Gretel, y no quería compartirlo
      con ella. Sólo podía hacer una cosa: mentir.
        —Tengo un amigo nuevo —empezó—. Un amigo nuevo al que veo todos los
      días. Y ahora debe de estar esperándome. Pero no puedes contárselo a nadie.
        —¿Por qué?
        —Porque  es  un  amigo  imaginario  —respondió  Bruno,  intentando  parecer
      turbado, para lo cual imitó la expresión del teniente Kotler cuando se había visto
      enredado en la historia de su padre emigrado a Suiza—. Jugamos juntos todos los
      días.
        Gretel abrió la boca, se quedó mirándolo y luego se echó a reír.
        —¡Un amigo imaginario! —exclamó—. ¿No eres un poco mayor para tener
      amigos imaginarios?
        Bruno  intentó  fingir  vergüenza  y  turbación  para  resultar  más  convincente.
      Agachó la cabeza y esquivó la mirada de su hermana, y pareció dar resultado. A
      lo mejor no era tan mal actor como creía. Intentó ruborizarse, pero aquello era
      más difícil, así que pensó en cosas vergonzosas que le habían pasado a lo largo de
      los años con la esperanza de conseguirlo.
        Pensó en la vez que había olvidado echar el pestillo del lavabo y la Abuela
      había entrado cuando él estaba sentado en el váter. Pensó en la vez que había
      levantado la mano en clase y llamado « Madre»  al maestro y todo el mundo se
      había reído de él. Pensó en la vez que se había caído de la bicicleta delante de un
      grupo de niñas al intentar una acrobacia y se había hecho daño en la rodilla y
      había llorado.
        Alguna de aquellas cosas funcionó y empezó a sonrojarse.
        —Vaya —se asombró Gretel—. Te has puesto colorado y todo.
        —Porque no quería contártelo —dijo Bruno.
        —Un amigo imaginario. Desde luego, Bruno, eres tonto de remate.
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