Page 87 - El niño con el pijama de rayas
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—No puedo —dijo Shmuel, sacudiendo la cabeza. Daba la impresión de que
      iba a echarse a llorar en cualquier momento—. Volverá, estoy seguro —continuó
      —. Debí comérmelo en cuanto me lo has ofrecido, pero ahora ya es demasiado
      tarde, si lo cojo entrará y…
        —¡Basta, Shmuel! Ten —dijo Bruno, y le puso los trozos de pollo en la mano
      —.  Cómetelo.  Queda  mucho  para  la  merienda.  Por  eso  no  tienes  que
      preocuparte.
        El niño contempló un momento la comida que tenía en la mano y luego miró
      a  Bruno  con  los  ojos  muy  abiertos,  con  una  expresión  que  denotaba
      agradecimiento y también terror. Echó una última ojeada a la puerta y entonces
      tomó una decisión: se metió de golpe los tres trozos de pollo en la boca y se los
      zampó en sólo veinte segundos.
        —Oye, no hace falta que comas tan deprisa —dijo Bruno—. Te va a sentar
      mal.
        —No me importa —dijo Shmuel esbozando una sonrisa—. Gracias, Bruno.
        Su amigo le devolvió la sonrisa y estaba a punto de ofrecerle más comida,
      pero en ese preciso instante el teniente entró en la cocina y se paró en seco al
      verlos hablando. Bruno lo miró fijamente y notó cómo la atmósfera se cargaba
      de  tensión;  Shmuel  se  encorvó,  cogió  otro  vaso  y  se  puso  a  limpiarlo.  Kotler,
      ignorando a Bruno, fue hacia Shmuel y lo fulminó con la mirada.
        —¿Qué haces? —le gritó—. ¿No te he dicho que limpiaras estos vasos?
        Shmuel  asintió  rápidamente  con  la  cabeza  y  empezó  a  temblar  un  poco
      mientras cogía otra servilleta y la mojaba en el agua del cuenco.
        —¿Quién te ha dado permiso para hablar en esta casa? —continuó Kotler—.
      ¿Te atreves a desobedecerme?
        —No, señor —dijo Shmuel con voz queda—. Lo siento, señor.
        Levantó la cabeza y miró al teniente, que frunció el entrecejo, se inclinó un
      poco y ladeó la cabeza como si examinara la cara del niño.
        —¿Has  estado  comiendo?  —preguntó  en  voz  baja,  como  si  ni  él  mismo
      pudiera creerlo.
        Shmuel negó con la cabeza.
        —Sí, has estado comiendo —insistió Kotler—. ¿Has robado algo de la nevera?
        Shmuel abrió la boca y la cerró. Volvió a abrirla e intentó decir algo, pero no
      había nada que decir. Miró a Bruno suplicándole ayuda.
        —¡Contéstame! —gritó el teniente—. ¿Has robado algo de la nevera?
        —No, señor. Me lo ha dado él —respondió Shmuel con lágrimas en los ojos,
      mirando de soslayo a Bruno—. Es mi amigo —añadió.
        —¿Tu…? —El teniente miró a Bruno, desconcertado. Vaciló un momento y
      preguntó—: ¿Cómo que es tu amigo? ¿Conoces a este niño, Bruno?
        Bruno abrió la boca e intentó recordar cómo tenía que mover los labios para
      pronunciar la palabra « sí» . Nunca había visto a nadie tan aterrado como Shmuel
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