Page 88 - Microsoft Word - El T.nel - Ernesto S.bato.doc
P. 88
había perdido y que podía empezar, a partir de ese instante de lucidez, una nueva
vida.
Desgraciadamente, María me falló una vez más. A las cinco y media, alarmado,
enloquecido, volví a llamarla por teléfono. Me dijeron que se había vuelto
repentinamente a la estancia. Sin advertir lo que hacía, le grité a la mucama:
—¡Pero si habíamos quedado en vernos a las cinco!
—Yo no sé nada, señor —me respondió algo asustada—. La señora salió en
auto hace un rato y dijo que se quedaría allá una semana por lo menos.
¡ Una semana por lo menos! El mundo parecía derrumbarse, todo me parecía
increíble e inútil. Salí del café como un sonámbulo. Vi cosas absurdas: faroles, gente
que andaba de un lado a otro, como si eso sirviera para algo. ¡ Y tanto como le
había pedido verla esa tarde, tanto como la necesitaba! ¡ Y tan poco que estaba
dispuesto a pedirle, a mendigarle! Pero, —pensé con feroz amargura— entre
consolarme a mí en un parque y acostarse con Hunter en la estancia no podía haber
lugar a dudas. Y en cuanto me hice esta reflexión se me ocurrió una idea. No, mejor
dicho, tuve la certeza de algo. Corrí las pocas cuadras que faltaban para llegar a mi
taller y desde allí llamé nuevamente por teléfono a la casa de Allende. Pregunté si la
señora no había recibido un llamado telefónico de la estancia, antes de ir.
—Sí —respondió la mucama, después de una pequeña vacilación.
—¿ Un llamado del señor Hunter, no? La mucama volvió a vacilar. Tomé nota de las
dos vacilaciones.
—Sí —contestó finalmente.
Una amargura triunfante me poseía ahora como un demonio. ¡ Tal como lo había
intuido! Me dominaba a la vez un sentimiento de infinita soledad y un insensato
orgullo: el orgullo de no haberme equivocado.
Pensé en Mapelli.
Iba a salir, corriendo, cuando tuve una idea. Fui a la cocina, agarré un cuchillo
grande y volví al taller. ¡Qué poco quedaba de la vieja pintura de Juan Pablo Castel!
¡Ya tendrían motivos para admirarse esos imbéciles que me habían comparado a un
arquitecto! ¡Como si un hombre pudiera cambiar de verdad! ¿ Cuántos de esos
imbéciles habían adivinado que debajo de mis arquitecturas y de "la cosa
intelectual" había un volcán pronto a estallar? Ninguno. ¡Ya tendrían tiempo de
sobra para ver estas columnas en pedazos, estas estatuas mutiladas, estas ruinas
humeantes, estas escaleras infernales! Ahí estaban, como un museo de pesadillas
Ernesto Sábato 88
El tunel