Page 120 - La Ilíada
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423 Volvió a preguntarle el ingenioso Ulises:

                   424  —¿Éstos  duermen  mezclados  con  los  troyanos  o  separadamente?
               Dímelo para que lo sepa.

                   426 Contestó Dolón, hijo de Eumedes:

                   427  —De  todo  voy  a  informarte  con  exactitud.  Hacia  el  mar  están  los
               carios, los peonios, armados de corvos arcos, y los léleges, caucones y divinos
               pelasgos. El lado de Timbra lo obtuvieron por suerte los licios, los arrogantes

               misios, los frigios, que combaten en carros, y los meonios, que armados de
               casco combaten en carros. Mas ¿por qué me hacéis esas preguntas? Si deseáis
               entraros  por  el  ejército  troyano,  los  tracios  recién  venidos  están  ahí,  en  ese
               extremo,  con  su  rey  Reso,  hijo  de  Eyoneo.  He  visto  sus  corceles  que  son
               bellísimos,  de  gran  altura,  más  blancos  que  la  nieve  y  tan  ligeros  como  el
               viento. Su carro tiene lindos adornos de oro y plata, y sus armas son de oro,

               magníficas, encanto de la vista, y más propias de los inmortales dioses que de
               hombres mortales. Pero llevadme ya a las naves de ligero andar, o dejadme
               aquí, atado con recios lazos, para que vayáis y comprobéis si os hablé como
               debía.

                   446 Mirándolo con torva faz, le replicó el fuerte Diomedes:

                   447  —No  esperes  escapar  de  ésta,  Dolón,  aunque  tus  noticias  son
               importantes,  pues  has  caído  en  nuestras  manos.  Si  te  dejásemos  libre  o

               consintiéramos  en  el  rescate,  vendrías  de  nuevo  a  las  veleras  naves  de  los
               aqueos a espiar o a combatir contra nosotros; y, si por mi mano pierdes la vida,
               no serás en adelante una plaga para los argivos.

                   454 Dijo; y Dolón iba, como suplicante, a tocarle la barba con su robusta
               mano,  cuando  Diomedes,  de  un  tajo  en  medio  del  cuello,  le  rompió  ambos
               tendones; y la cabeza cayó en el polvo, mientras el troyano hablaba todavía.
               Quitáronle el morrión de piel de comadreja, la piel de lobo, el flexible arco y

               la ingente lanza; y el divino Ulises, cogiéndolo todo con la mano, levantólo
               para ofrecerlo a Atenea, que preside los saqueos, y oró diciendo:

                   462  —Huélgate  de  esta  ofrenda,  ¡oh  diosa!  Serás  tú  la  primera  a  quien
               invocaremos entre las deidades del Olimpo. Y ahora guíanos hacia los corceles
               y las tiendas de los tracios.

                   465  Dichas  estas  palabras,  apartó  de  sí  los  despojos  y  los  colgó  de  un

               tamarisco, cubriéndolos con cañas y frondosas ramas del árbol, que fueran una
               señal visible para que no les pasaran inadvertidos, al regresar durante la rápida
               y obscura noche. Luego pasaron delante por encima de las armas y de la negra
               sangre, y llegaron al grupo de los tracios que, rendidos de fatiga, dormían con
               las hermosas armas en el suelo, dispuestos ordenadamente en tres filas, y un
               par de caballos junto a cada guerrero. Reso descansaba en el centro, y tenía los
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