Page 61 - La Ilíada
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519  Ambos  Ayantes,  Ulises  y  Diomedes  enardecían  a  los  dánaos  en  la
               pelea;  y  éstos,  en  vez  de  atemorizarse  ante  la  fuerza  y  las  voces  de  los
               troyanos,  aguardábanlos  tan  firmes  como  las  nubes  que  el  Cronida  deja
               inmóviles  en  las  cimas  de  los  montes  durante  la  calma,  cuando  duermen  el
               Bóreas  y  demás  vientos  fuertes  que  con  sonoro  soplo  disipan  los  pardos
               nubarrones; tan firmemente esperaban los dánaos a los troyanos, sin pensar en

               la fuga. El Atrida bullía entre la muchedumbre y a todos exhortaba:

                   529  —¡Oh  amigos!  ¡Sed  hombres,  mostrad  que  tenéis  un  corazón
               esforzado y avergonzaos de parecer cobardes en el duro combate! De los que
               sienten  este  temor,  son  más  los  que  se  salvan  que  los  que  mueren;  los  que
               huyen ni alcanzan gloria, ni entre sí se ayudan.

                   533 Dijo, y despidiendo con ligereza el dardo hirió al caudillo Deicoonte
               Pergásida, compañero del magnánimo Eneas; a quien veneraban los troyanos
               como a la prole de Príamo, por su arrojo en pelear en las primeras filas. El rey

               Agamenón acertó a darle un bote en el escudo, que no logró detener el dardo;
               éste lo atravesó, y, rasgando el cinturón, clavóse el bronce en el empeine del
               guerrero. Deicoonte cayó con estrépito y sus armas resonaron.

                   541  Eneas  mató  a  dos  hijos  de  Diocles,  Cretón  y  Orsíloco,  varones
               valentísimos, cuyo padre vivía en la bien construida Fera abastado de bienes, y
               era descendiente del anchuroso Alfeo, que riega el país de los pilios. El Alfeo

               engendró a Ortíloco, que reinó sobre muchos hombres; Ortíloco fue padre del
               magnánimo Diocles, y de éste nacieron los dos mellizos Cretón y Orsíloco,
               diestros en toda especie de combates; quienes, apenas llegados a la juventud,
               fueron en negras naves y junto con los argivos a Ilio, la de hermosos corceles,
               para vengar a los Atridas Agamenón y Menelao, y allí hallaron su fin, pues los

               envolvió la muerte. Como dos leones, criados por su madre en la espesa selva
               de la cumbre de un monte, devastan los establos, robando bueyes y pingües
               ovejas, hasta que los hombres los matan con afilado bronce; del mismo modo,
               aquéllos, que parecían altos abetos, cayeron vencidos por las manos de Eneas.

                   561 Al verlos derribados en el suelo, condolióse Menelao, caro a Ares, y
               enseguida, revestido de luciente bronce y blandiendo la lanza, se abrió camino
               por las primeras filas: Ares le excitaba el valor para que sucumbiera a manos

               de Eneas. Pero Antíloco, hijo del magnánimo Néstor, que lo advirtió, se fue en
               pos  del  pastor  de  hombres  temiendo  que  le  ocurriera  algo  y  les  frustrara  la
               empresa.  Cuando  los  dos  guerreros,  deseosos  de  pelear,  calaban  las  agudas
               lanzas para acometerse, colocóse Antíloco muy cerca del pastor de hombres;
               Eneas, al ver a los dos varones que estaban juntos, aunque era luchador brioso,
               no  se  atrevió  a  esperarlos;  y  ellos  pudieron  llevarse  hacia  los  aqueos  los
               cadáveres de aquellos infelices, ponerlos en las manos de sus amigos y volver

               a combatir en el punto más avanzado.
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