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—Tú, Carlos, siéntate en esta silla. Vas a hacer la visita como si
fueras un enfermo de epoc, ¿vale?
Carlos, aunque no le hizo gracia la idea, accedió y se sentó en la silla,
con el oxígeno y la mascarilla. Julia lo llevaba. A pesar de que sólo
visitamos a cuatro pacientes, fue más que suficiente para conocer la
gravedad de la enfermedad y la dificultad de su día a día. Uno de los
enfermos nos contaba que le daba miedo salir a la calle porque se
asfixiaba y se quedaba sin oxígeno para respirar. Otro nos decía
que no fuéramos tontos, que no fumáramos nunca porque cuando
un fumador enferma, toda la familia lo hace.
Yo no dejaba de mirar a Carlos. Estaba más blanco que las
paredes del hospital. No dijo ni una palabra durante los
cuarenta y cinco minutos que duró nuestra visita a la
segunda planta.
Nos quedamos tristes, muy impresionados, sin palabras…
El doctor Sebastián nos preguntó si teníamos alguna duda.
Como ninguno teníamos ganas de hablar, dije en nombre
de todos:
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