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                   El  duendecillo  vestía  de  gorro  verde  y

                   zapatillas carmelitas y puntiagudas. Sus ojos
                   verdes y grandes miraban a la niña fijamente
                   mientras repetía una y otra vez: “Venga, te he
                   dicho que me regreses esa nuez de oro que es

                   mía, niña”.


                   “Te la daré si me contestas cuántos pliegues
                   tiene esta nuez en su piel. Si fallas, la venderé

                   y ayudaré a los niños pobres que no tienen nada
                   que  comer”,  contestó  la  valiente  niña  enfrentando  la  mirada  del
                   duende. “Mil y un pliegues” contestó la criatura mágica frotándose las
                   manos.



                   La  pequeña  María,  no  tuvo  entonces  más  remedio  que  contar  los
                   pliegues  en  la  nuez,  y  efectivamente,  el  duende  no  se  había

                   equivocado. Mil y una arrugas exactas, tenía aquella nuez de oro. Con
                   lágrimas en los ojos, María la entregó al duendecillo, quien al verla tan
                   afligida, ablandó su corazón y le dijo: “Quédatela, noble muchacha,
                   porque no hay nada tan hermoso como ayudar a los demás”.



                   Y así fue como María pudo regresar a casa
                   con  la  nuez  de  oro,  alimentar  a  los
                   pobres  de  la  ciudad  y  proveerles  de

                   abrigos  para  protegerse  del  crudo
                   invierno.  Desde  entonces,  todos
                   comenzaron a llamarle tiernamente “Nuez
                   de Oro”, pues los niños bondadosos siempre

                   ganan el favor y el cariño de las personas.







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