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Además, el niño interior es una fuente constante de energía y entusiasmo. A menudo,
        el estrés y la rutina diaria pueden hacernos perder de vista las razones por las cuales
        elegimos un trabajo o una carrera. Al mantener viva esa chispa infantil, somos capaces
        de reconectar con la pasión y el sentido de aventura que nos motivaron al principio.
        Este entusiasmo contagioso no solo mejora nuestro estado de ánimo, sino que también
        puede influir positivamente en nuestros compañeros de trabajo, creando un ambiente
        más colaborativo y motivador.


        Otra ventaja significativa de nutrir nuestro niño interior es la mejora de la resiliencia
        emocional. Los niños, aunque experimentan frustraciones y emociones intensas, suelen
        recuperarse rápidamente de los contratiempos.


        Por último, mantener vivo al niño interior promueve una mayor satisfacción en la vida
        laboral. El trabajo no tiene por qué ser solo una responsabilidad o una fuente de estrés;
        puede ser también un espacio de crecimiento personal y de disfrute. Al ser conscientes
        de nuestras necesidades emocionales  y fomentar  actividades que  nos conecten con
        nuestra creatividad y alegría, mejoramos nuestro equilibrio entre la vida personal y
        profesional, lo cual a su vez impacta positivamente en nuestra productividad y bienestar
        general.

        En  conclusión,  mantener  vivo  a nuestro niño interior no  solo es  un  acto  de auto-
        cuidado emocional, sino también una estrategia eficaz para mejorar nuestra capacidad
        de adaptación, nuestra creatividad y nuestra motivación en el entorno laboral. Es un
        recordatorio de que, aunque el trabajo sea serio, también podemos encontrar maneras
        de disfrutarlo y abordarlo con una actitud más fresca y abierta, lo que, en última instancia,
        nos permite rendir mejor y ser más felices.
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