Page 7 - El toque de Midas
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de un año. Fueron décadas.
Las respuestas rara vez nos llegan en uno de esos momentos que nos hacen gritar “¡Eureka!”, y
lo que sucedió con Henry Ford, no fue diferente. Él observó el mundo que lo rodeaba y, con mucha
lentitud, logró llegar al momento oportuno y alcanzar su objetivo. Ford demostró que un empresario
no tiene que inventar una nueva tecnología. Su enorme éxito fue el resultado de algo más valioso: una
marca. Los automóviles fabricados a la medida era lo que estaba de moda en aquel tiempo, pero
formaban parte de un concepto que no era compatible con la visión que Ford tenía. Él quería que
toda la gente pudiera disfrutar del lujo que, entonces, sólo los ricos podían pagar.
Ford quería cambiar el mundo y creía que el secreto radicaba en un automóvil con motor de
combustión interna —en este caso, generada por gasolina— que se ensamblara en una fábrica en la
que todos los automóviles fueran iguales. Su héroe, el hombre para quien trabajaba, también creía en
esa idea, y por eso, dio un puñetazo en la mesa y motivó a Ford a continuar trabajando a pesar de los
fracasos y el paso de los años.
Henry Ford se atrevió a soñar en grande. Un domingo escuchó al ministro de su iglesia decir:
“Enganchen su carrito a una estrella”, y entonces le dijo a su hermana, “eso es lo que voy a hacer”.
Fue en 1893. Diez años después, el 23 de julio de 1903, el dentista Ernst Pfenning, de Chicago,
compró el primer Modelo A de la Ford Motor Company.
Henry Ford lo había logrado. Había dejado de ser un soñador, para convertirse en empresario.