Page 96 - Tito - El martirio de los judíos
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Luego se interrumpió un largo rato, quizá para rezar.


                Cuando volvió a hablar, fue para denunciar a ese Simón Bar Gioras,
                igual de cruel que Eleazar y que Juan de Gischala, pero rival de ambos.
                Los zelotes ocupaban el Templo, las tropas de Simón las ciudades alta y
                baja, cuyos habitantes les habían abierto las puertas sin comprender, ni
                siquiera imaginar, que iban a padecer esas violencias y esos crímenes
                por parte de aquellos a quienes habían llamado en su auxilio para
                protegerlos de los zelotes.


                —Los hombres de Simón Bar Gioras roban y violan. Cercenan las
                manos. Y todos esos judíos se desgarran, se matan entre sí sin
                preocuparse por las legiones romanas. Por eso Dios nos está
                castigando. Todas nuestras ciudades, con excepción de Herodión,
                Masada y Maqueronte, están en vuestras manos. Me he enterado de que
                Hebrón, la ciudad de Abraham, nuestro antepasado, la ciudad que los
                hijos de Abraham dejaron para ir a Egipto, ha sido reducida a cenizas
                por un tribuno militar de Vespasiano. Asesinó a toda la población. Ya
                sólo nos queda Jerusalén. ¿Pero cómo podrá ésta librarse del castigo de
                Dios si se está regodeando en el crimen, el desenfreno y la traición?


                De pronto, se pegó a mí.


                —Mi hija Leda está en Jerusalén, te lo he dicho, Sereno. ¡Sálvala, si Dios
                quiere!


                Y volvió a agarrar los cordajes, con los brazos separados, como si fuera
                un crucificado.











































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