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Elaborado por: Josué Piña García                                                     Edición: 21 de junio de 2025






       Manuel Jesús Arévalo Cáceres nació el 15 de octubre de 1903 en Santiago de Cao, un pequeño
       poblado de la región La Libertad, Perú. Creció en un hogar humilde y, debido a las necesidades
       económicas de su familia, sólo cursó estudios primarios hasta el segundo o tercer grado. Desde
       joven trabajó en haciendas cañeras como Chiquitoy, Nepén, Cartavio y Roma, desempeñándose en
       diversas labores, lo que marcó el inicio de su conexión con el movimiento obrero.


       A pesar de sus limitaciones educativas formales, Manuel se interesó profundamente por la lectura y
       el aprendizaje autodidacta. Leyó obras de intelectuales como Manuel González Prada y compartió
       círculos de discusión con figuras destacadas como César Vallejo y Antenor Orrego. Este hábito de
       estudio lo transformó en un líder capaz de articular ideas y representar los intereses de los

       trabajadores.

       En 1930, Manuel se unió al Partido Aprista Peruano (APRA), liderado por Víctor Raúl Haya de la
       Torre, convirtiéndose en un destacado organizador del movimiento en la región norte. Fue elegido

       diputado constituyente en 1931, desde donde abogó por los derechos laborales y sociales. Sin
       embargo, su activismo lo convirtió en un objetivo del régimen represivo de entonces, que lo deportó
       a Panamá en 1933. Regresó clandestinamente al Perú, asumiendo un papel central como secretario
       regional del APRA.


       La lucha de Manuel Arévalo estuvo marcada por la persecución constante. En febrero de 1937, fue
       capturado en Trujillo por orden del gobierno de Benavides, torturado y trasladado al sur del país. El
       15 de febrero de ese mismo año, fue asesinado en Colorado Chico, entre Huarmey y Pativilca, en un
       acto que buscaba silenciar su liderazgo.


       A pesar de su trágico final, Manuel Arévalo dejó un legado de valentía, justicia social y compromiso
       con los derechos de los trabajadores. Es recordado como "el obrero insólito", un símbolo de la lucha
       obrera y un ejemplo de cómo la educación y la organización pueden surgir incluso en contextos
       adversos. En su honor, instituciones educativas llevan su nombre, perpetuando su memoria como un

       defensor de los ideales de igualdad y justicia.
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