Page 104 - El Misterio de Salem's Lot
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marcó. Del otro lado respondieron inmediatamente.
               —FBI, Portland. Agente Hanrahan.
               —Habla  Parkins  Gillespie,  agente  de  la  policía  local  de  Jerusalem's  Lot.  Ha

           desaparecido un niño por aquí.
               —Lo  sabemos  —dijo  Hanrahan—.  Ralph  Glick,  nueve  años,  un  metro  treinta,
           pelo negro, ojos azules. ¿Quiere hacer la denuncia de secuestro?

               —Nada de eso. Quisiera pedirle que investigue a algunos tipos.
               Hanrahan se mostró de acuerdo.
               —El primero es Benjamín Mears. Escritor. Es autor de un libro que se llama La

           hija de
               Conway. Los otros dos están medio asociados. Kurt Barlow. El otro tipo...
               —Kurt. ¿Se escribe con «c» o con «k»?

               —No sé.
               —No importa. Siga.

               Parkins  siguió.  Estaba  transpirando.  Hablar  con  la  autoridad  siempre  le  hacía
           sentirse estúpido.
               —El otro tipo es Richard Throckett Straker. Con dos íes al final de Throckett, y
           Straker  como  suena.  Ese  tipo  y  Barlow  están  en  el  negocio  de  muebles  y

           antigüedades; acaban de abrir una pequeña tienda aquí en el pueblo. Straker dice que
           Barlow está en Nueva Yorkhaciendo compras. Y afirma que los dos han trabajado

           juntos en Londres y Hamburgo. Éstos son los únicos datos que puedo dar.
               —¿Sospecha que puedan tener que ver con el caso Glick?
               —Por  el  momento,  todavía  no  sé  si  es  un  caso.  Pero  todos  aparecieron  por  el
           pueblo más o menos al mismo tiempo.

               —¿Y cree usted que puede haber alguna conexión entre ese Mears y los otros
           dos? Parkins se recostó; con un ojo, espió por la ventana.

               —Eso es una de las cosas que me gustaría saber —respondió.



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               En  los  días  claros  y  frescos,  los  hilos  del  teléfono  hacen  un  extraño  zumbido,

           como si los chismes que circulan por su interior los hicieran vibrar, y es un sonido
           que no se parece a ningún otro, el sonido solitario de las voces que vuelan a través del
           espacio. Los postes del teléfono están grises y astillados, y las heladas y los deshielos

           del invierno los han inclinado en caprichosos ángulos. No son imponentes, como los
           postes telefónicos asentados en el cemento. Tienen la base negra de alquitrán si están
           junto a una carretera asfaltada, y cubierta de polvo si flanquean un camino de tierra.

           Ostentan viejas abrazaderas herrumbradas por donde los obreros han trepado a hacer




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