Page 95 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Y? —Sentía un bloque de hielo sobre el pecho.
—El niño de los Glick llevaba pantalones téjanos. Fue lo que dijeron en el
Ledger. Téjanos, una camisa roja y zapatillas. Larry,
¿y si...?
Larry siguió sonriendo, pero la sonrisa se le había congelado.
Hank tragó saliva.
—¿Y si esos tipos que compraron la casa de los Marsten y la tienda hubieran
secuestrado al chico de los Glick?
Bueno. Ya lo había dicho. Bebió el resto del líquido ardiente que tenía en el vaso.
—¿No habrás visto también un cadáver? —preguntó Larry, sonriendo.
—No... no. Pero...
—Eso sería un asunto para la policía —reflexionó Larry Crockett. Volvió a llenar
el vaso de Hank sin que le temblara la mano. La sentía tan fría y rígida como una roca
—, Y yo mismo te llevaría en mi coche a ver a Parkins. Pero algo así... —Sacudió la
cabeza—. Pueden salir a la luz cosas muy feas. Como ese asunto tuyo con esa
camarera de Dell... Jackie se llama, ¿no?
—¿De qué demonios habla usted? —El rostro de Hank estaba mortalmente
pálido.
—Y seguramente se sabría lo de ese despido... Pero tú sabes cual es tu deber,
Hank. Haz lo que te parezca.
—No vi ningún cadáver —susurró Hank. —Perfecto —sonrió Larry—. Y tal vez
no hayas visto ropa tampoco. Tal vez no eran más que... trapos.
—Trapos —repitió Hank Peters con voz hueca.
—Tú sabes lo que pasa en esos sitios viejos. Siempre llenos de basura. Tal vez
viste alguna camisa vieja, algo que rompieron para usar como trapo de limpieza.
—Claro —asintió Hank, y volvió a vaciar su vaso—. Tiene usted una buena
manera de ver las cosas, Larry.
Crockett sacó la billetera del bolsillo del pantalón, la abrió y contó sobre el
escritorio cinco billetes de diez dólares.
—¿Para qué es eso?
—El mes pasado me olvidé de pagarte el trabajo que hiciste para Brennan. Tienes
que recordarme esas cosas, Hank. Sabes que siempre me olvido de las cosas.
—Pero si usted me...
—Fíjate —le interrumpió Larry, sonriendo— que bien podrías estar ahora aquí
contándome algo, y mañana por la mañana soy capaz de no acordarme de nada. ¿No
es terrible?
—Sí —murmuró Hank.
Su mano se extendió, temblorosa, cogió los billetes y se los metió en el bolsillo de
su chaqueta lejana como si se sintiera ansioso por dejar de tocarlos. Se levantó como
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