Page 74 - Tito - El martirio de los judíos
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Le sugieren que se oculte en un agujero. Titubea:
—¡Menudo destino, tú mismo enterrarte vivo!
A ratos, recuerda el actor que es interpretando un papel y dirigiéndose
a esa plebe que tanto lo ha aclamado. Declama:
—¡Ya sólo permanecen tres libertos junto a quien antaño se enorgullecía
de su numeroso
séquito! Eso, siempre que Faón no lo haya vendido ya.
Son sus últimas horas. Nerón llora, hace muecas, gimotea, y, de repente,
dice con gravedad ante la fosa que ha mandado cavar:
—¡Qué artista va a perecer conmigo!
Da vueltas alrededor del agujero, saca de su cintura dos puñales y
prueba ambas puntas antes de envainarlos precipitadamente.
—Todavía no ha llegado la hora señalada por el destino —dice.
Se queja. ¿No hay nadie que se preste a animarlo matándose antes?
Se escabullen.
Se pone a llorar, pide a Sporo que inicie los lamentos y plañidos. Dice
que quiere que quemen su cadáver para que su cabeza se libre de
insultos y humillaciones.
Luego parece querer huir, se retuerce las manos, se desmorona y
susurra:
—Mi comportamiento es innoble, deshonroso. ¡Esto es indigno de Nerón,
sí, indigno! Hay que mantener la sangre fría en momentos así. ¡Vamos,
espabila, Nerón!
Las nodrizas y Actea se acercan.
Anuncian que los jinetes pretorianos están de camino con la misión de
llevárselo vivo para que sea ajusticiado según la vieja tradición.
—Tenéis que quemarme el cuerpo entero —repite. Se oye a los jinetes
entrando en el jardín. Murmura un verso de Homero:
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