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Ortografía y Redacción 5° Primaria
Los años pasaron y las cosas no acababan de ir del todo bien en el reino. Sin el consejo
de los funcionarios reales más viejos y experimentados, el rey se dedicó a actuar en
contra de todo aquel que no era de su agrado, a menudo con resultados desastrosos. Y
eso fue lo que sucedió precisamente cuando tuvo que buscar un esposo para su hija. En
lugar de tomarse la molestia de buscar jóvenes pretendientes de buena familia y con
educación para que la hija pudiese escoger a su gusto, mandó reunir en el palacio a todos
los jóvenes solteros del reino y prometió dar su hija en matrimonio a aquel que fuera
capaz de resolver tres acertijos. La princesa no estaba de acuerdo, pero sabía lo inútil
que era oponerse a los designios de su padre.
El campesino era uno de los jóvenes que fueron convocados en palacio y aquella noche
regresó pronto a casa para contar a su abuelo en qué consistía el primer acertijo.
—Tenemos que reunirnos todos en una colina antes de que amanezca —le dijo— y adivinar
el momento exacto en el que va a salir el sol.
El anciano sonrió.
—Los otros jóvenes mirarán hacia el este, que es por donde sale el sol —le explicó a su
nieto—. Pero tú tienes que mirar hacia el oeste, en dirección a las altas montañas. En el
preciso momento en que veas que los primeros rayos se asoman por la cima más alta,
tienes que gritar: ¡Ahora!, ya que en ese preciso instante el sol se hará visible por el
este.
El joven campesino hizo lo que le había dicho su abuelo y el
rey quedó sorprendido por su rapidez.
—Veamos cómo se te da la segunda prueba —dijo.
El joven campesino regresó a casa y le dijo a su abuelo:
—Mañana tenemos que presentarnos todos ante el rey
“llevando zapatos, pero al mismo tiempo descalzos”.
—¡Pero si es la mar de sencillo! —exclamó el anciano. Y,
tras tomar los zapatos de su nieto, recortó
cuidadosamente las suelas. Vistos desde arriba, los
zapatos parecían estar enteros, pero por debajo las
plantas de los pies del joven tocaban directamente el
suelo.
La mayoría de los otros pretendientes llegaron al día
siguiente con un zapato puesto y el otro en la mano. Unos
pocos habían agujereado los calcetines, pero el rey estimó
que la única persona que había sido capaz de superar
correctamente la prueba había sido el joven campesino.
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