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Redacción y Ortografía 5° Primaria
REMEDIO SENCILLO
Había una vez un rey muy arrogante y guerrero que parecía poseer todo lo que el corazón
del hombre podía desear. Era rico, poderoso y tenía a sus órdenes innumerables
ejércitos; pero, a pesar de ello, era el hombre más desgraciado del reino; pues su
infatigable cerebro estaba lleno de ambiciones que no lo dejaban dormir.
Los más célebres doctores del mundo fueron llamados a su presencia; pero ninguno fue
capaz de curar el malestar del rey, el cual prometió la mitad de su reino a quien
consiguiera hacerle dormir de una manera natural y tranquila; más, advirtiendo que todo
aquel que intentando la curación fracasara, sería encerrado en la cárcel.
Una noche, llegó al palacio una hermosa pastora pretendiendo curar al monarca. Este, a
pesar de la angustia que le dominaba, la miró compasivamente.
– Vuélvete a tu casa, hermosa niña – le dijo – No es posible que logres lo que los médicos
más sabios no pudieron lograr.
– No, no puedo marcharme – respondió la pastora – he venido a curarte.
– Bien – replicó el rey – pero antes que comiences, dime en qué consiste tu remedio. No
dudo que será alguna cosa sencilla.
– Sí – contestó ella – es algo que mi madre me enseñó y aquí lo tengo.
Y llevando al rey junto a una ventana abierta, señaló el cielo.
– ¿Qué, has venido a burlarte de mí? – exclamó él – Y llevado por su enojo ordenó que la
encerraran en un calabozo oscuro; pero cuando vio que la inocente niña marchaba con
una dulce sonrisa en los labios, sintió lástima y siguiendo a la pastora pudo ver como esta
se arrodillaba en el calabozo.
– Bondadoso Padre – murmuró la niña – enséñale a rezar. Haz que pida el perdón de sus
pecados y así vivirá feliz.
El rey, dando un salto, se colocó en la puerta del calabozo, gritando a los guardianes:
– ¡Desátenla! ¡Pónganla en libertad inmediatamente y déjenla huir!
Volvió a sus habitaciones, se arrodilló al lado de su cama y juntó las manos como había
visto hacerlo a la pastora. Sin duda, debió rezar desde el fondo de su corazón, porque
cuando se acostó, se durmió al punto para despertar a la mañana siguiente.
Ya no pensó en guerras, ni riquezas, sino únicamente en hacer la felicidad de pueblo.
–¡Oh! – exclamó – ¡Si yo contara con la ayuda de esa patorcilla, cuánto bien podría hacer!
Enseguida, despachó emisarios para que la buscaran, pero ninguno logró descubrir su
paradero. El rey se mostró muy preocupado; más, habiendo aprendido a rezar, pudo ya
dormir y pronto recuperó el poder y la gallardía de su juventud.
Pasó el tiempo y un día entró en su palacio una joven muy bella, la que dirigiéndose al rey
le dijo con encantadora sonrisa:
– ¿Me ha olvidado? Soy la pastora.
– Te reconocí al instante – respondió el monarca dando muestras de júbilo. Ansiaba verte
para que vengas a reclamar la mitad de mi reino, que te corresponde. ¡Oh! ¡Si aceptaras
ser mi hija adoptiva y vinieras a vivir conmigo, me ayudarías a hacer feliz a mi pueblo. Así
fue y todos vivieron felices, simplemente porque aprendieron a rezar.
No te olvides de rezar, hijo mío, si quieres dormir en paz y tener sueños felices.
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