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Literatura                                                                   1° Secundaria

            Mientras tanto Eneas, ya dispuso todo para zarpar, duerme sobre la proa de su negra embarcación.
            Y entonces; se le aparece Mercurio y le dice:
            — ¡Ilustre! ¿Cómo te abandonas al sueño, cuando tienes que cuidar de tan grandiosa empresa? ¿No temes
            una  emboscada  de  la  reina,  ni  un  rencor  ofendido?  ¿No  sabes  que  a  una  orden  suya  todo  este  puerto  se
            llenaría de antorchas enemigas que quemarían tu flota? ¡Despierta, despierta pronto! Zarpad ahora mismo,
            aprovechando el soplo de ese céfiro, que pronto os llevará a altar mar.

            Dicho  esto  la  figura  del  dios  se  disuelve  entre  las  sombras  de  la  noche.  Eneas  despierta  bruscamente,
            estimulado por la aparición, y exclama:

            — ¡Compañeros! ¡Ea, despertad! ¡Por segunda vez los dioses me recuerdan mi deber! No podemos perder más
            tiempo. Aparejad las velas y cortemos las amarras. Te seguimos, santa divinidad, quienquiera que sea. Senos
            propicia y haz brillar en el cielo los luceros favorables a los navegantes.
            Y con todas sus fuerzas los marineros ponen manos a la obra se lanzan al mar y comienzan a azotar con sus
            remos las aguas blancuzcas del alba.

            La aurora abandona su lecho de púrpura y comenzaba a bañar la tierra con su nueva luz, cuando Dido pudo
            ver,  desde  laterraza,  la  flota  del  ingrato  Eneas  que  se  alejaba  hacia  el  horizonte.  Entonces  la  reina  de
            Cartago comprendió que todo estaba perdido, alzando los brazos lanzó esta última imprecación:

            —  ¡Óyeme,  oh  Sol,  cuyos  rayos  iluminan  los  hechos  de  los  hombres!  ¡Juno,  cómplice  y  testigo  de  mis
            desdichas! ¡Hécate, invocada en la noche con alaridos en las encrucijadas de las ciudades! ¡Furias vengadoras!
            ¡Vosotros todos, dioses de Elisa moribunda, conceded el socorro de vuestra justicia a mi infortunio, escucha
            mi súplica! ¡Si es indefectible que el malvado tome puerto y alcance la tierra prometida, si tal es la sentencia
            de Júpiter y el orden inmutable de los hados, que, a lo menos, reducido a la extrema desdicha por las armas y
            el valor de un pueblo belicoso, lanzado de su astilo, privado de los abrazos de Julo, implore un auxilio extraño y
            vea perecer indignamente sus huestes! ¡Qué, tras de sujetarse a los pactos de una paz vergonzosa, no goce
            ni del cetro ni de la dulce luz, y muera prematuramente y yazga sin sepultura en la arena! Esta es mi súplica,
            estas las últimas palabras que exhalo con mi vida.

            Diciendo esto, la infortunada Dido puso fin a su existencia, hundiéndose en el costado de la espada que Eneas
            le dejara como recuerdo. Movida por triste presentimiento, Ana saltó de su lecho y corrió a la sala cerca a la
            enorme  pira.  Allí  pudo  ver  a  su  hermana  exangüe,  retorciéndose  en  los  últimos  momentos  de  la  agonía.  Y
            sobre  aquella  pira  majestuosa,  sin  necesidad  de  trasladar  el  cadáver,  cubierto  de  perfumes  y  con  sus
            mejores galas, ardió el cuerpo de la reina Dido.

                                                         Epílogo

            Cuando  Eneas  hubo  vencido  a  Turno,  rey  de  los  rútulos.  Latino  le  dio  por  esposa  a  su  hija  Lavinia,  según
            consejo de los oráculos. Como hacía poco se había suicidado la reina Amata, Virgilio decía a Júpiter que «Juno
            había mezclado a la fiesta de la boda el dolor de los funerales».

            De acuerdo a la promesa que Júpiter le había hecho a Juno, no tardó de borrar el nombre troyano de la tierra
            de  Italia  y  para  ello  Eneas  no  tuvo  un  final  semejante  al  de  todos  los  mortales,  sino  que  desapareció
            misteriosamente una vez cumplida su misión, en las aguas del río Numicio; y los romanos le adoraron después
            como Júpiter Indigete.
            La guerra no terminó con la muerte de Turno, Ascanio la continuó por su cuenta, siguiendo las hazañas de su
            padre Eneas, y mató a muchos héroes, aliados del rútulo.
            Eneas,  antes  de  desaparecer  para  convertirse  en  dios,  fundó  la  ciudad  de  Lavinio,  recordando  el  de  su
            esposa. Ascanio, al quedar sin padre, fue a fundar otra sobre el Monte Albano, a la que llamó Alba Longa, allí
            se  sucedieron  12  reyes  de  la  estirpe  de  Eneas.  El
            último,  llamado  Procas,  dejó  dos  hijos:  Numitor  y
            Amulio.
            Numitor,  como  primogénito,  había  de  heredar  el
            reino, pero Amulio se apoderó de él por la violencia y
            desterró a su hermano.
            Para evitar que los hijos de Numitor pudiesen volver
            a reclamar sus derechos, mató al hijo y a la hija Rea
            Silvia, la obligó a hacerse vestal.
            Las vestales eran, en el paganismo, sacerdotisas de
            Vesta,  diosa  del  hogar  doméstico,  y  estaban
            obligadas  a  permanecer  solteras.  Si  alguna
            desobedecía era enterrada viva. Amulio, al obligar a
            Rea  Silvia  a  contraer  votos  de  vestal,  así
            imposibilitaba  que  fuese  madre  de  familia,  y  que
            algún día los nietos de Numitor le echasen del trono
            usurpado.

             1  Bimestre                                                                                 -76-
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