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Habilidad Verbal 1° Secundaria
Hace muchísimo tiempo, en un pequeño y lejano paraje del Cusco, vivía un matrimonio nativo cuyos
antepasados, decían, llegaban hasta los incas. La pareja tenía dos hijas, adolescentes, hermosas, gráciles,
comparables por su hermosura a las flores del cantus y la achanjara.
Era difícil distinguir cuál de las dos era más atractiva. La mayor de las hijas se llamaba Cora y, la menor,
Huira. En ese amplio mundo andino, ambas parecían, a los ojos de la gente, dos flores silvestres acariciadas
por el viento.
Cada mañana Cora iba por agua al manantial que brotaba al pie de una roca en la quebrada próxima. Una vez,
cuando estaba llenando su cántaro, pasó por allí Pilco, un wayna,
mozo apuesto que vivía en la quebrada del frente. Atraído por la
belleza de la joven se detuvo a conversar con ella. Volvió al día
siguiente y, después, ya no faltaba ninguna mañana.
Floreció entre ellos un tierno idilio, Pilco decidió casarse con Cora.
Pasada la próxima cosecha él y sus padres visitarían a los de ella
con regalos, como se acostumbraba, para pedirles su mano.
Cora se sentía dichosa e hizo de sus amores un secreto. No quería
que sus padres ni su hermana lo supieran. Los encuentros se
realizaban siempre junto al manantial.
Cierto día, Cora tuvo que acompañar a su madre a un poblado de la
comarca. Regresó dos días después. Pero Pilco no volvió a aparecer por el manantial y parecía estar
empeñado en evitar todo encuentro con ella. Cora no comprendía tan extraño alejamiento.
Pero, ¿qué había sucedido con el wayna?
La mañana que Cora faltó a la fuente. Pilco encontró a Huira. Le pareció más linda y seductora que la
ausente. Le requirió de amores. La muchacha, que no conocía las relaciones de su hermana, se dejó
impresionar y le abrió las puertas de su corazón.
Una noche, mientras la familia conversaba junto al fuego. Huira contó las pretensiones del joven Pilco que
vivía en la quebrada del frente. Dijo que pronto vendrían a pedir su mano y que se casaría con él. Cora, al
escucharla, sintió que se le hundía el suelo por el golpe que, sin darse cuenta, le daba su hermana. Mas supo
reponerse, disimuló su estupor amparándose en el silencio. Como antes había sabido disfrutar su amor en
secreto, así ahora se agobiaba sola por el peso del infortunio.
Los padres aceptaron los regalos del petitorio y, con gran alegría, después de la cosecha, se celebró la
anunciada boda. Pilco y Huira hicieron su hogar cerca a un arroyuelo de la quebrada y vivían felices. Solo para
Cora no había alegría y su dolor no encontraba alivio en el olvido y se volvía mustia como una flor arrancada de
su tallo.
Poco tiempo después el nuevo hogar esperaba el nacimiento del primogénito. Nació el niño, pero el parto fue
difícil, la madre no pudo restablecerse y al poco tiempo murió.
Pilco, inesperadamente se quedó viudo envuelto en una inmensa soledad. En silencio pasaron los días, las
semanas, los meses. Un día Pilco salió al encuentro de Cora. Con sentidas palabras de arrepentimiento le
imploró perdón y le dijo que dispusiera de su vida.
La muchacha le dijo que prefería morir antes que aceptar una simple amistad con él.
Pilco, entonces, fue donde sus suegros. Les contó la verdad de los acontecimientos. Les dijo que estaba
dispuesto a espiar sus culpas y casarse con la moza.
—El niño no puede vivir sin madre. No habrá para él una madre mejor que Cora.
Concédanme, pues, padres míos, la mano de ella.
—¡Nunca! —protestó iracunda la sipas—.
¡Y no volveré a pisar esta casa mientras este hombre y su hijo no salgan de aquí!
A pesar de todo Pilco no renunciaba a la esperanza de volver a penetrar en el corazón de la joven. Se valía de
menudos pretextos para regresar. Pero no bien ponía los pies en el umbral de la casa. Cora salía para volver
solo cuando él se marchaba.
De madrugada, Pilco iba a esperarla, oculto tras las rocas, al manantial. Ella parecía adivinar su presencia y
se volvía en medio camino. Sin embargo, en todo momento, él persistía en su incansable asedio.
Cora, entonces, fue en busca de la llayja, la bruja que vivía en lo alto de la montaña. Le contó su tragedia y le
dijo que le era imposible soportar la presencia de aquel hombre.
— ¿Qué quieres? — le preguntó, la vieja.
—Mamacha — dijo la sipas —mi nombre es Cora. Quiero que me conviertas, pues, en una planta.
— ¿Qué hierba quieres ser?
— Una que arraigue hondo y firme, que no haya fuerza humana capaz de arrancarla de la tierra.
— Bien. Si así lo quieres. Pero si anhelas cumplir tu deseo debes traerme una llijlla tejida por tus manos con
los colores del arco iris, cinco corazones de picaflor, cinco hojas verdes y una piedra aerolito. ¿Podrás
hacerlo?
— Todo te lo traeré, mamacha.
En pocos días Cora tejió en el telar una hermosa llijlla y consiguió las cosas que le habían pedido. En breve se
presentó a la cueva de la anciana.
—Está bien —dijo la llayja después de comprobar que no faltaba nada—. Eres una moza admirable. Ahora todo
está listo. En el momento que quieras, en tu pensamiento, me dices ―mamacha cumple tu promesa‖ y tu
deseo será realizado.
do
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