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Literatura 1° Secundaria
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SEMANA
Crimen y castigo
—Buenas noches, Aliona Ivanovna —empezó con el aire más indiferente, pero con voz que ya no le obedecía,
entrecortada y temblorosa—. Le traigo una prenda. Pero pasemos adentro... hacia la luz.
Y empujándola con un brusco gesto, penetró en el cuarto, sin que ella invitara. La vieja corrió tras él, y la
lengua se le soltó:
—¡Dios mío! Pero ¿qué quiere usted? ¿Quién es usted? ¿Qué es lo que desea?
—Mire, Aliona Ivanovna: soy un amigo suyo... Raskolnikov... Oiga: le traigo la prenda que le prometí
últimamente...
Y le tendió la prenda. La vieja iba a examinarla; pero volvió a fijar una vez más los ojos en los ojos del intruso.
Le contempla atentamente, con expresión maligna y recelosa. Pasó un minuto, y él hasta creyó percibir en la
mirada de la vieja algo de ironía, cual si ésta le hubiese ya calado todo.
Sintió que perdía la cabeza, que casi tenía miedo, y que, como se prolongase medio minuto más el mutismo
de la vieja, acabaría por emprender la fuga.
—Pero ¿por qué me mira usted tanto, como si no me conociese? —profirió de pronto con malignidad, él
también— ¡Tómela usted, si la quiere...; si no, me iré a otro sitio!... ¡No tengo tiempo que perder!
Pronunció aquellas palabras sin haberlas pensado, como si se le hubiesen escapado de pronto.
La vieja rectificó; era evidente que el tono resuelto del visitante la animaba.
— Pero, amigo mío, ¿por qué así, tan de golpe? ¿Qué es eso? —preguntó, mirando la prenda.
—Una pitillera de plata... Vamos... Ya le hablé a usted de ella la última vez que estuve.
La vieja alargó la mano.
—¡Pero qué pálido está usted! ¡Y las manos le tiemblan! Está usted enfermo, ¿eh?
—Tengo fiebre —respondió con voz convulsiva—. ¡Cómo no estar pálido cuando no se come! —añadió a duras
penas.
Volvían a abandonarle las fuerzas. Pero la respuesta parecía verosímil; la vieja tomó la prenda.
—¿Qué es esto? —preguntó, mirando otra vez de hito en hito a Raskolnikov y sopesando en su mano el
objeto.
—Pues la prenda... la pitillera... de plata... ¡Mírela!
—¡Hum! ¡Cualquiera diría que no es de plata! Viene muy bien envuelta.
En tanto pugnaba por deshacer el paquetito se aproximó a la ventana, buscando la claridad (tenía todas las
ventanas cerradas, a pesar del calor sofocante), y por un momento se apartó de Raskolnikov, volviéndole la
espalda. Él se desabrochó el paletó y sacó el hacha del nudo corredizo; pero, sin sacarla del todo, limitose a
sujetársela con la mano derecha por debajo de la ropa. Rindiole los brazos una gran debilidad; sentía cómo de
minuto en minuto se le entumecían poniéndosele pesadas como plomo. Tenía miedo de dejar caer el hacha. De
pronto, pareciole que se le iba la cabeza.
—¡Vaya; verdaderamente, qué idea de hacer un paquete así! —exclamó la vieja, que esbozó un movimiento
hacia Raskolnikov. No había un momento que perder. Él sacó del todo el hacha de debajo del paletó, esgrimiola
con ambas manos, sin darse cuenta de lo que hacía, y casi sin esfuerzo, con gesto maquinal, dejola caer
sobre la cabeza de la vieja, estaba agotado, pero no bien hubo dejado caer el hacha cuando le volvieron las
fuerzas.
Como siempre, estaba la vieja destacada. Sus cabellos blancos, diseminados y distantes, grasientos y
aceitososo, también como siempre, trenzados en forma de rabo de ratón y sujetos por un pico de peineta, le
formaban moño sobre la nuca.
Diole el golpe precisamente en la mollera, a lo que contribuyó la baja estatura de la víctima. En una de sus
manos seguía aún teniendo la prenda. Él, enseguida, hiriola por segunda y por tercera vez, siempre con el
revés del hacha y siempre en la mollera. La sangre brotó cual de una copa volcada, y el cuerpo desplomose
hacia delante en el suelo. Él se echó atrás para facilitar la caída y se inclinó sobre su rostro: estaba muerta.
Las pupilas de los ojos, dilatadas, parecián querer salírsele de sus órbitas; la frente y la cara muequeaban en
las convulsiones de la agonía.
Él dejó en el suelo el hacha, aliado de la muerte, y procedió inmediatamente a registrar los bolsillos,
procurando no mancharse las manos con la sangre que chorreaba. Empezó por el bolsillo de la derecha, aquel
de donde la última vez sacara ella las monedas...
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