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Historia Universal                                                               3° Secundaria

            Los logros materiales del Segundo Imperio Napoleónico quedaron reflejados en la grandiosa obra urbanística
            desarrollada  durante  estos  años  en  París  bajo  la  dirección  de  George  Eugene  Haussmann,  así  como  en  la
            Exposición  Universal  celebrada  por  entonces  también  en  la  capital  del  país.  Empero,  si  bien  no  pueden
            negarse el éxito económico y las realizaciones concretas del régimen, también hay que señalar que el Imperio,
            tan pragmático en el manejo de los asuntos internos, fue a menudo idealista en su política exterior, la cual
            careció tanto de una dirección coherente como de los medios (un ejército moderno, por ejemplo) necesarios
            para cumplir sus fines.















































             La avenida de la ópera en París, por Pissarro. La capital de Francia, embellecida con amplias avenidas y jardines durante el
                                  Segundo Imperio, se convirtió pronto en la “Ciudad Luz” de Europa.

            El Segundo Imperio hacia el exterior
            En el exterior, el objetivo de Napoleón III fue devolver a Francia la posición de árbitro de Europa que perdió
            tras las guerras napoleónicas. Con este fin, por ejemplo, promovió una intervención conjunta franco-británica
            en defensa de la integridad del Imperio otomano contra Rusia. Este conflicto, conocido como la Guerra de
            Crimea, culminó en una importante victoria para los aliados, y el Congreso de París que le siguió pudo ser
            considerado  como  un  pequeño  desquite  respecto  al  celebrado  en  Viena  en  1814:  esta  vez  era  Rusia  la
            vencida,  y  Francia  estaba  al  lado  de  la  Gran  Bretaña  dictando  las  condiciones  (que  no  fueron  en  realidad
            excesivamente duras). Fue uno de los pocos éxitos de la Francia imperial en el exterior.
            No hubo muchos más porque como ya dijimos siempre hubo una diferencia entre los fines que perseguían el
            emperador y los medios de los que disponía para realizarlos. Un buen ejemplo de esto es la actitud tomada
            ante la cuestión italiana: el emperador eligió ponerse al frente del movimiento nacional, y prometió a Cerdeña
            Piamonte el apoyo militar necesario para arrojar a los austriacos de  la península y consumar la unidad del
            país.
            Sin embargo, apenas iniciada la lucha, asomaron las incoherencias e ilusiones que guiaban la política imperial:
            primero,  las  fuerzas  francesas  no  estaban  en  condiciones  de  obtener  el  triunfo  fulgurante  que  Napoleón
            esperaba  sobre  Austria;  segundo,  la  diplomacia  francesa  no  fue  capaz  de  mantener  a  Prusia  neutral,  y
            cuando ésta amenazó con ponerse al lado de Austria, Napoleón, consciente de su debilidad, tuvo que detener
            su ofensiva; por último, la posibilidad de que el Papa, dueño de parte de Italia, resultase perjudicado por las
            iniciativas  del  emperador  le  restó  al  interior  de  Francia  el  importante  apoyo  de  los  católicos.  Para
            recuperarlo,  Napoleón  se  convirtió  en  adelante  en  protector  del  Pontífice  y  adversario  de  la  unidad  de  la
            península.



              do
             2  Bimestre                                                                                -161-
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