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Literatura                                                                   2° Secundaria

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               SEMANA


                                     “MITO DE KUNIRAYA WIRAQOCHA Y KAWILLAKA”

            Primitivamente Kuniraya Wiraqocha caminaba muy pobremente vestido. Su manto y su túnica se veían llenos
            de roturas y remiendos. Los hombres, aquellos que no le conocían, se figuraban que era un infeliz piojoso y le
            menospreciaban.  Pero  él  era  el  conductor  de  todos  estos  pueblos.  Con  su  sola  palabra  hacía  que  fuesen
            abundantes  las  cosechas,  hacía  aparecer  bien  murados  los  andenes  y  con  sólo  arrojar  una  flor  de  caña
            llamada pupuna dejaba abiertos y establecidos los acueductos. Luego anduvo realizando muy útiles trabajos,
            empequeñeciendo con su sabiduría a los dioses de los otros pueblos.

            En aquellos mismos tiempos vivía una diosa llamada Kawillaka. Se mantenía siempre virgen y porque era muy
            hermosa no había dios, fuera mayor, fuera menor, que deseoso de yacer con ella, no la enamorase. Pero ella
            nunca admitió a ninguno. De esa manera, sin permitir que nadie la tentase, pasaba los días tejiendo al pie de
            un  lúcumo.  Pero  Kuniraya,  valiéndose  de  su  sabiduría,  se  convirtió  en  un  pájaro  y  fue  a  posarse  entre  el
            ramaje del árbol. Allí, tomó una lúcuma introduciendo en ella su simiente la dejó caer muy cerca de la mujer.
            Esta se comió muy contenta la fruta. De esa sola manera, sin que varón alguno se le hubiese aproximado, la
            diosa apareció encinta. Como sucede con todas las mujeres en tal estado, a los nueve meses Kawillaka tuvo
            que dar a luz, a pesar de su doncellez. Por espacio de un año alimentó al niño con el pecho, preguntándose
            continuamente para quién pudo haberlo concebido.

            Transcurrido el año y cuando el niño comenzó a caminar a gatas, Kawillaka convocó un día a todos los dioses,
            mayores y menores, pensando que de este modo sería dado a conocer el padre de su hijo. Al oír el llamado,
            todos ellos acudieron ataviados con sus mejores vestiduras, cada uno ansioso de ser el preferido de la diosa.

            Esta  reunión  se  realizó  en  Anchiqhöcha,  que  era  el  lugar  donde  la  diosa  residía.  No  bien  tomaron  asiento
            todos los dioses, mayores y menores, la mujer les dirigió estas palabras:

            –  Ved,  señores  y  nobles  varones,  reconoced  a  este  niño.  ¿Cuál  de  vosotros  pudo  haberme  fecundado?
            ¿Tú?¿Tú?
            –  fueasí preguntándoles uno por uno, a solas.

            – Y ninguno de ellos pudo decir: Ese es mi hijo”. Por su parte, aquél que hemos llamado Kuniraya Wiraqocha
            había tomado asiento a un extremo y al verlo en esa traza tan lastimosa Kawillaka no se dignó preguntarle,
            pensando con menosprecio:
            “¿Ese menesteroso fuera el padre de mi hijo?”.

            En vista de que ninguno de esos apuestos varones pudo decir: “Ese es mi hijo”, la diosa le dijo al niño:
            – Anda, hijo mío, y reconoce tú mismo a tu padre.
            Y dirigiéndose a los dioses, dijo:
            – Si alguno de vosotros es su padre, a él se encaramará el niño.
            Entonces  el  pequeñuelo  fue  caminando  a  gatas  y  empezando  de  un  extremo  recorrió  la  fila  de  dioses  sin
            detenerse ante ninguno, hasta que llegando al otro extremo, allí donde se sentaba su padre, se puso a trepar
            a los muslos de él, presuroso y regocijado.

            Al ver aquello, la madre montó en cólera y gritó:
            – ¡Qué horror! ¿Yo hubiese dado a luz un hijo de semejante desdichado?
            Luego  tomó  en  brazos  al  niño  y  huyó  hacia  el  mar.  En  medio  del  asombro  de  los  demás  dioses,  Kuniraya
            Wiraqocha apareció vestido con un traje de oro y exclamó:
            – ¡Presto me amará ella!
            Y lanzó en seguimiento de la diosa diciéndole:
            – Hermana Kawillaka, vuelve a mi los ojos ¡Mírame cuán decente ya estoy!
            Y haciendo resplandecer su traje de oro se detuvo. Empero Kawillaka no volvió los ojos hacia el dios y siguió
            huyendo.
            – Voy a desaparecer dentro del mar, ya que hube dado a luz un hijo de tan horroroso y despreciable varón,
            decía enderezando hacia el mar.
            La  madre  se  arrojó  con  su  hijo  al  agua  y  al  punto  ambos  se  convirtieron  en  rocas.  Ahora  mismo,  en  el
            profundo mar de Pachacámac, se empinan dos rocas imponentes que parecen seres humanos sentados.


             1  Bimestre                                                                                 -41-
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