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Habilidad Verbal 6° Primaria
LECTURA.
En los Andes las campesinas siembran goles
E al distrito de
n el centro poblado de Churubamba,
perteneciente
las
campesinas
Andahuaylillas,
juegan al fútbol y ganan torneos.
Benedicta Mamani recoge una pelota de
fútbol de su cocina y sale cojeando bajo
esta mañana helada de diciembre. Ayer
caminó mucho persiguiendo a las ovejas
que pastaban en la montaña y ha
amanecido con las pantorrillas moradas:
está lesionada.
A cuatro mil metros sobre el nivel del mar, el frío de los Andes del Perú es un congelador
natural. Algunas aldeas se esparcen en las cumbres y las chimeneas de sus casas
parecen condenadas a un trabajo eterno. Benedicta Mamani no sabe leer ni escribir, pero
sí que el calor es bueno para aliviar el dolor muscular. Se ha sentado en un campo de
tierra y frota sus piernas con llantén, una planta analgésica que crece en el huerto de su
cabaña. No quiere perderse el partido de esta mañana. Mamani tiene cuarenta años y es
delantera del equipo de fútbol de Churubamba, una aldea de doscientos cincuenta
campesinos, a unas cinco horas al sur de la provincia del Cusco, cuya selección femenina
ha ganado cinco veces consecutivas las olimpiadas del distrito de Andahuaylillas.
Este es un pueblo de edificios de adobe que se levanta a medio camino entre las frías
montañas y el tibio valle del Cusco, la antigua capital del Imperio de los Incas. Ahora son
las seis de la mañana y un megáfono conectado a una batería de auto retumba en la aldea
como un despertador: «¡Señoras, ha llegado la avena desde la ciudad!
Reunión en la cancha de fútbol. Después se jugará un partido».
El paisaje parece una imitación natural de un gran estadio: las montañas rodean una
planicie verde. Aquí no hay una estación de policía, ni una iglesia —ni siquiera una cruz—,
pero sí dos arcos de madera clavados en el centro de la gran explanada —plaza de
Armas— que es la cancha de fútbol, y alrededor de ella unas sesenta casas de barro con
techos de paja y una escuela donde se aprende a contar y a leer en quechua. El fútbol,
idioma universal del entretenimiento, ha llegado a Churubamba mucho antes que el idioma
español, los libros o las medicinas.
Benedicta Mamani tiene las piernas amoratadas sobre sus ojotas, unas sandalias
fabricadas con el rústico jebe de los neumáticos usados. Ahora, por fi n, llega a la
cancha, es decir, a la plaza de Churubamba. Llega cojeando. Viste un traje que ella misma
ha confeccionado, como suelen hacer todas las mujeres del pueblo. Lleva cuatro juegos
de faldas de colores, una sobre otra. También una blusa blanca, una chaqueta de lana de
alpaca y un sombrero cuadrado de ala ancha bordado con hilos de colores y salpicado de
lentejuelas. Es la vestimenta oficial para jugar al fútbol, y no porque a las mujeres de
Churubamba les guste llamar la atención de los fotógrafos del mundo que van a la caza de
imágenes exóticas, sino porque esa es la ropa que ellas usan todos los días.
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