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     Por los senderos de la sangre
             La emoción abrumadora de poder transitar el
      suelo  africano,  tantas  veces  añorado,  fue
      sumergirme  en  ese  continente  de  ensueños,
      algarabías  y  bellezas,  el  cual  competía  y  lograba
      empequeñecer  por  amplio  margen  las  asperezas
      del  terreno,  que  sacudían  con  violencia  los
      vehículos en nuestro derrotero por el Sahara.
             Dos años atrás conocí a Manuel en Buenos
      Aires.  Él  tiene  su  domicilio  en  Tenerife,  pero
      recorre los países de habla hispana por cuestiones
      de  negocios.  Siempre  que  tengo  la  ocasión  de
      poder      verlo,     aprovecho,       pues      su     amplio
      conocimiento  sobre  alfombras  rescata  mis  más
      profundos y mágicos recuerdos de las historias de
      antaño leídas por mi madre.
             En nuestra última reunión hace seis meses le
      expresé que me agradaría poder visitar alguna tribu
      nómada  que  aún  conserve  sus  costumbres
      ancestrales. Al parecer el ímpetu de mi deseo fue
      tal que dijo sorprendido
             —¿Qué  te  impulsa  a  querer  ir  a  pasar
      penurias en el desierto?
             —  El  deseo  de  ver  cómo  vivían  nuestros
      antepasados,  bueno  los  míos,  por  tu  aspecto
      puedo  arriesgarme  a  decir  que  perteneces  a  otro
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