Page 3 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
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coronel, veterano de la «última guerra civil», lleva veinticinco años confiando
vanamente en la ratificación oficial de la pensión que le correspondía. «Nunca es
demasiado tarde para nada», proclama sentenciosamente. Abocado a la miseria,
torturado por el desdén y el olvido, el coronel se enfrenta cada día a una indigencia
laboriosamente compartida con su mujer, enferma de asma. No hay respiro en esa
menesterosa y dramática tesitura vital. El coronel invalida como puede su dignidad
sobreviviendo con préstamos y equilibrios difíciles. Ha ido vendiendo todo lo
vendible que había en su ruinosa casa, menos un gallo de pelea que mantiene a
costa de la propia y definitiva vecindad con el hambre. ¿Por qué esa resistencia
última a desprenderse de un gallo cuya sola alimentación incluso le exige al coronel
sacrificios imposibles?
Tal vez habría que adjudicarle a ese gallo, como hace Mario Vargas Llosa en su
estudio García Márquez: Historia de un deicidio (Barral, 1971), un cierto rango de
metáfora política. Aunque la hipótesis puede resultar demasiado rebuscada, esa
desconcertante actitud del coronel negándose a vender un gallo que había sido de
su hijo, asesinado por repartir hojas clandestinas, puede corresponderse con un
fondo de entereza frente a una determinada situación política. Aunque en ningún
momento se haga referencia expresa a esa situación, su aliento subyace en toda la
novela, se filtra de continuo en los diálogos de los personajes: el toque de queda, la
resistencia armada, la censura del padre Angel, la batida de la policía, los
privilegios de don Sabas y toda una serie de sobreentendidos y medias tintas que
definen sin mayores matices el tenso clima político del pueblo.
La ambientación local de El coronel no tiene quien le escriba incide en una desolación
a veces atenuada por algún negro rasgo humorístico, pero tampoco se aportan
informaciones concretas sobre el paisaje urbano. Sólo se entrevé lo que sugiere el
itinerario angustioso del coronel. la administración de correos, la sastrería, el
consultorio del médico, la gallera, el despacho del abogado... Y luego queda la
imagen general del pueblo aplastado por la asfixia hedionda del calor y la
incansable cobertura de la lluvia: «todo será distinto cuando acabe de llover». Unos
escasos detalles decorativos, unas pocas pinceladas bastan para completar una
composición suficiente del escenario. Yen medio de las desdichas cotidianas, como
en un sistema poético de vasos comunicantes, reaparece el mundo entre ficticio y
real que ocupa todo el espacio imaginativo de García Márquez: Macondo, de donde
salió el coronel para entregarle a Aureliano Buendía los fondos de la Revolución. Ya
sí vuelve también a reactivarse la cruel esperanza de que un día llegará la carta en
que se le anuncia al coronel el otorgamiento de su pensión. Todo el alcance social y
literario de la novela se apoya en esa injusticia y ese infortunio.