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Han abierto temprano los postigos, clarea.

                  Algunos pájaros, violines de pluma, irrumpen


                  con su canto general, canto primero.




                  Tú avanzas breve, precisa, cierta

                  como el roce blanquecino de la brisa


                  en la palpitación de los almendros.




                  Hemos abierto las puertas sin desatar nudos.

                  Sonríes, te abrazo, y tu regreso


                  ya no es pura utopía sino certeza.




                  Labios infligidos




                  No me beses si no es para quemarme, — me decías—

                  si no es para colmarme del más dulce veneno

                  y ofrecer a mi boca la hoguera y la esperanza.


                  No hace falta que me abrases las entrañas,


                  que descosas mi cuerpo, igual que un cirujano,

                  para volver a remendar tanta tristeza.

                  Sólo quiero que recojas de mis labios


                  las pavesas heladas que otros labios dejaron,

                  que  llenes con el gesto de tu lengua melada


                  mi oscuro paladar,  mis vulnerables dientes,

                  y cada comisura que mi boca esconde.
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