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RASSINIER : La mentira de Ulises
nosotros» son más mortíferas y más numerosas que las que gozan del privilegio de sernos
«conocidas», si se puede probar que las primeras están en progresión constante y las segundas
en regresión o simplemente a un nivel constante, hay que reconocer que esta importante
fracción de la opinión pública está abundantemente provista en el terreno de la justificación
moral. Ella lo estará tanto más cuanto que no hace más que recibir sus medios de uno de los
autores de la objeción, Merleau-Ponty, que en su tesis sobre el humanismo y el terror escribía
poco más o menos esto que cito de memoria:
«Lo que puede servir de criterio en la apreciación de un régimen, en el terreno del
humanismo, no es el terror, o su manifestación, la violencia, sino el hecho de que ambos estén en
progresión y llamados a durar, o, por el contrario, se encuentren en regresión y llamados a
desaparecer.»
¿Por qué lo que es verdad del terror y de la violencia no habría de serlo de los campos,
que no son más que uno de sus resultados pero que por su número prueban más o menos
terror y más o menos violencia? Y, por tanto, ¿por qué este distingo en favor de Rusia? Esto
para permitir medir hasta qué punto hubiese sido a la vez prudente y más conforme a la
tradición socialista el anticiparse a David Rousset declarándose contra todas las formas de
explotación, sean conocidas o desconocidas por nosotros.
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La segunda objeción, introducida bajo la forma de un perfecto silogismo, procede de la
confusión de los términos: «El fascismo es una angustia ante el bolcheviquismo», dice el
mayor. «Si se deduce que el fascismo es el comunismo», dice el menor... En la pluma de un
retórico de segunda fila la astucia provocaría a lo sumo un encogimiento de hombros. Cuando
se la encuentra en las de Merleau-Ponty y J. P. Sartre uno no puede abstenerse de pensar en
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las reglas imperativas de la probidad y en la violación que se hace de ellas ( ).
Es al bolcheviquismo al que sus detractores identifican con el fascismo, y no al
comunismo. Además no lo hacen más que en sus efectos, y tomando la precaución de definir
al fascismo por unos caracteres que hacen de él otra cosa, algo más que una «angustia» ante el
bolcheviquismo.
Esto quiere decir que si se restablece en ambas proposiciones la propiedad de los
términos, la conclusión se descarta por sí misma, y que, por tanto, del silogismo sólo queda
la perfección de su forma. Si se quisiese establecer un silogismo aceptable sobre el tema, el
único válido sería el siguiente:
1.-- «El fascismo y el bolcheviquismo son una angustia ante el comunismo
(o el socialismo) del cual toman las formas exteriores – ¿no hablaba Hitler de
nacional socialismo, y no sigue hablando Stalin de socialismo en su solo país? –
para destruir con mayor seguridad el contenido: la Stimmung internacionalista y
proletaria.»
2.--"Si se saca como conclusión que el fascismo y el bolcheviquismo son el
comunismo (o el socialismo)»
3.--«Se realiza posteriormente el deseo del fascismo y del bolcheviquismo,
que es el de ocultar la crisis capitalista y la inspiración humana del marxismo.»
Lo cual, si se quisiese refutar la identificación del fascismo y del bolcheviquismo, que
el silogismo establece aparentemente en principio, haría venir las cosas muy sustanciales que,
tomando otras unidades de medida, dice sobre esto James Burnham en L'Ere des
organisateurs (impr. Calmann--Lévy, colección «La liberté de l'Esprit», págs. 189 y
siguientes).
No diré nada sobre la tercera objeción, que según las apariencias peca de la misma
confusión de los términos, a menos que sus autores no precisen después que lo que han
querido decir es que "nosotros tenemos los mismos valores que un bolchevique". No diré nada
tampoco sobre esta afirmación extrañamente mezclada a la controversia y según la cual el
comunismo chino sería "lo único capaz de hacer salir a China del caos y de la pintoresca
miseria en que le ha dejado el capitalismo extranjero". Ni de la suscripción abierta por Le
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No si se lee L'agité du bocal. (Nota de Albert Paraz). De Louis-Ferdinand Céline.
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