Page 202 - Mahabharata
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                   —¡Gano! —repitió Sakuni.

                   En ese momento se produjo un silencio sepulcral y en medio de ese silencio, como
               gotas de fuego líquido, sonaron nuevamente las palabras de Sakuni escurriéndose de
               sus labios como veneno:
                   —Todavía tienes a Draupadi, todavía no la has perdido a ella. Bhima agarró su maza
               firmemente para arrojársela a la cabeza a Sakuni, pero Arjuna le detuvo con una mirada.
               Yudhishthira, ya completamente fuera de control, dijo:
                   —Draupadi, la reina de los cinco pandavas, es mi apuesta ahora. Los dados fueron
               arrojados por última vez y por última vez resonó la sala con el triunfante « Gano » de
               Sakuni. Todo se había perdido.


                                                        Capítulo XII
                                     DRAUPADI, ESCLAVA DE DURYODHANA


                    A sala entera estaba inmersa en un terrible silencio. Vidura, suspirando agitadamente,
               L se sentó con la cabeza entre sus manos, mirando al suelo como si estuviera pidiendo
               perdón a la madre tierra por la gran injusticia que se había cometido. Bhishma y los
               demás estaban consternados y confusos. Dhritarashtra era el único que estaba feliz y no
               paraba de decir:
                   —¿Quién ha ganado ahora? ¿quién? ¿quién?
                   Poco después todo el salón retumbaba con los gritos de júbilo de los kurus. Duryod-
               hana fue a donde estaba Sakuni y le abrazó con todo su amor, diciendo:
                   —En verdad, éste es el día más feliz de mi vida, y lo debo a ti, solamente a ti, mi
               querido tío. —Duryodhana luego dijo—: Vidura, tío mío, ahora Draupadi es nuestra
               esclava. Ve y tráela ante nuestra presencia y que habite en los aposentos reservados para
               los criados. Debe empezar a familiarizarse con sus nuevas obligaciones.

                   Vidura se levantó y dijo:
                   —Duryodhana, aún no es demasiado tarde. No sigas. Te comportas como un cer-
               vatillo que sin darse cuenta está provocando al tigre. Debes considerar a estos pandavas
               como serpientes peligrosas que escupen veneno. No les provoques. Draupadi no es
               esclava tuya y no debe ser insultada; Yudhishthira no tenía derecho a apostarla, ya nada
               le pertenecía una vez perdida su misma vida. No me cabe la menor duda de esto. Quizá
               no te gusten mis palabras y creas que no actúo como un buen consejero. Pero no es así.
               Únicamente te estoy advirtiendo contra la terrible ira de los pandavas. Si no prestas
               atención a mis palabras, tú, junto con tus hermanos y amigos, seréis destruidos un día.
               Los infiernos ya están preparándose para recibir a las huestes de la casa de los kurus.
               —Vidura terminó de hablar pero nadie le hizo caso, por lo que sollozando y lleno de pena
               añadió—: ¿Qué puedo hacer? No hay nadie más ciego que aquél que no desea ver, ni
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