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—¡Gano! —repitió Sakuni.
En ese momento se produjo un silencio sepulcral y en medio de ese silencio, como
gotas de fuego líquido, sonaron nuevamente las palabras de Sakuni escurriéndose de
sus labios como veneno:
—Todavía tienes a Draupadi, todavía no la has perdido a ella. Bhima agarró su maza
firmemente para arrojársela a la cabeza a Sakuni, pero Arjuna le detuvo con una mirada.
Yudhishthira, ya completamente fuera de control, dijo:
—Draupadi, la reina de los cinco pandavas, es mi apuesta ahora. Los dados fueron
arrojados por última vez y por última vez resonó la sala con el triunfante « Gano » de
Sakuni. Todo se había perdido.
Capítulo XII
DRAUPADI, ESCLAVA DE DURYODHANA
A sala entera estaba inmersa en un terrible silencio. Vidura, suspirando agitadamente,
L se sentó con la cabeza entre sus manos, mirando al suelo como si estuviera pidiendo
perdón a la madre tierra por la gran injusticia que se había cometido. Bhishma y los
demás estaban consternados y confusos. Dhritarashtra era el único que estaba feliz y no
paraba de decir:
—¿Quién ha ganado ahora? ¿quién? ¿quién?
Poco después todo el salón retumbaba con los gritos de júbilo de los kurus. Duryod-
hana fue a donde estaba Sakuni y le abrazó con todo su amor, diciendo:
—En verdad, éste es el día más feliz de mi vida, y lo debo a ti, solamente a ti, mi
querido tío. —Duryodhana luego dijo—: Vidura, tío mío, ahora Draupadi es nuestra
esclava. Ve y tráela ante nuestra presencia y que habite en los aposentos reservados para
los criados. Debe empezar a familiarizarse con sus nuevas obligaciones.
Vidura se levantó y dijo:
—Duryodhana, aún no es demasiado tarde. No sigas. Te comportas como un cer-
vatillo que sin darse cuenta está provocando al tigre. Debes considerar a estos pandavas
como serpientes peligrosas que escupen veneno. No les provoques. Draupadi no es
esclava tuya y no debe ser insultada; Yudhishthira no tenía derecho a apostarla, ya nada
le pertenecía una vez perdida su misma vida. No me cabe la menor duda de esto. Quizá
no te gusten mis palabras y creas que no actúo como un buen consejero. Pero no es así.
Únicamente te estoy advirtiendo contra la terrible ira de los pandavas. Si no prestas
atención a mis palabras, tú, junto con tus hermanos y amigos, seréis destruidos un día.
Los infiernos ya están preparándose para recibir a las huestes de la casa de los kurus.
—Vidura terminó de hablar pero nadie le hizo caso, por lo que sollozando y lleno de pena
añadió—: ¿Qué puedo hacer? No hay nadie más ciego que aquél que no desea ver, ni