Page 91 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Caaba. Lo vi yo y lo vieron también las muchas personas que a la vez que
yo daban dichas vueltas. La gente se quedó maravillada de aquello, porque
jamás habíamos visto una noche más abundante en estrellas con cola: toda la
noche hasta el amanecer estuvieron apareciendo constantemente, tanto, que por
su gran número y por la rapidez con que se entremezclaban unas con otras a
la manera de las chispas que saltan de la lumbre, llegaban a impedirnos el
ver las estrellas del cielo. Dijimos entonces: "¡Esto no puede ser sino señal
de algún grave suceso!" Y, en efecto, poco después nos llegó la noticia de que
en el Yemen había ocurrido una novedad en aquel mismo tiempo en que vimos
este fenómeno: los habitantes del Yemen habíanse visto sorprendidos por un
viento de polvo como de zinc, en tal cantidad, que cubrió el suelo todo hasta
la altura de las rodillas; la gente se llenó de pavor, porque, además, la atmós-
fera se oscureció en forma que no podían andar por los caminos, ni aun de
día, sino con linternas, a causa de la aglomeración de las nubes de aquel polvo
que tapaban la luz del sol. Oían además en el mar, por la parte de Bab el
Mandeb, un enorme ruido. Ocurría esto en el año 600 ó en el 599. Tengo en
este punto alguna duda, porque no tomé nota de este fenómeno entonces, cuan-
do lo observé, ni tampoco en aquel lugar, sino más tarde, en el año 627; por
esto me asalta ahora la düda a causa de lo lejano de la fecha; pero el hecho
es conocido de todos los habitantes del Hichaz y del Yemen, altos y bajos.
En aquel mismo año vimos también otras muchas cosas extraordinarias: la
peste se ensañó de tal manera con los habitantes de Táif, que no quedó ni
uno solo sin ser atacado, desde el principio del mes de recheb hasta el de ra-
madán del citado año 599. De esta fecha estoy seguro. Esa peste era de tal
condición, que cuando sus síntomas primeros aparecían en los cuerpos de los
atacados, no pasaban cinco días sin que muriesen; pero los que no morían al
quinto día, se salvaban. Meca se llenó con los habitantes de Táif que huían de
su ciudad, dejando abiertas las puertas de sus casas y en ellas abandonados
sus ajuares y en los campos sus bestias de carga. Y lo más maravilloso fué
que, durante todo aquel período de tiempo, si el que pasaba por el territorio
de Táif se apoderaba de alguna de aquellas cosas abandonadas, es decir, los
comestibles, las ropas o las bestias que no tenían nadie que las guardase, se
veía atacado de la peste inmediatamente; en cambio, si pasaba sin tomar cosa
alguna, se salvaba. De esta manera conservó Dios los bienes de los habitantes
de Táif, durante aquel espacio de tiempo, para sus legítimos dueños y sus he-
rederos."
Fero todas estas pruebas no abaten el espíritu de Abenarabi, que,
en este mismo año y en medio de tantas calamidades, escribe su Al-
Dorra al-fájira, epístola dirigida a su amigo de Túnez, en la cual inser-
ta las biografías de todos los sufíes del Mogreb a quienes trató como