Page 543 - Auge y caída del antiguo Egipto
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la trementina, importada de Tiro, aceleraba el proceso todavía más, si bien tenía
el desafortunado efecto de quemar los huesos dentro de la envoltura de la
momia; pero para entonces el peregrino ya había pagado los honorarios y se
había ido a casa.
La última catacumba de Saqqara estaba dedicada a los halcones, consagrados
al dios Horus. Aquí el ingenio egipcio iba aún más lejos. Además de dedicarle
halcones momificados, los visitantes también podían comprar y donar estatuillas
de Horus. La base hueca de la estatuilla, a la que se accedía por medio de una
tapa deslizante, podía albergar, o bien un «incentivo» —por ejemplo, un trozo
momificado de musaraña, a manera de aperitivo para el dios halcón—, o bien
una oración, escrita en un rollo de papiro. Al unir la plegaria y la ofrenda, el
peregrino se aseguraba de entregar al mismo tiempo la petición y el pago para
una mayor eficacia.
Como deidad solar, Horus disfrutaba de una especial afinidad con Thot
(asociado a la luna), y por eso los ibis y los halcones formaban una pareja
natural. Pero había otra razón, menos sutil, para la popularidad del culto a los
halcones en Saqqara: dicho culto estaba activamente fomentado y patrocinado
por el Estado. No es que el gobierno estuviera demasiado interesado en la
religión popular, pero ansiaba fomentar el culto al rey. Además, según las
antiguas creencias, el monarca era la encarnación terrenal de Horus. Más que
eso: el propio nombre de Najthorhabet aludía al culto de Horus («Horus de
Hebyt es victorioso»), de manera que rey y halcón se identificaban aún más
estrechamente que de costumbre. El culto de «Najthorhabet, el halcón» fue
fomentado junto con el culto al sagrado animal a fin de que ambos se volvieran
prácticamente indistinguibles. Todo ello formaba parte de una política
cuidadosamente calculada para utilizar la religión popular al servicio de la
monarquía.
Desde los mismos comienzos de su reinado, Najthorhabet fue consciente del
poder de las creencias y de los símbolos de cara a consolidar el respaldo a sí
mismo y a su dinastía. Una de sus primeras órdenes a su leal sirviente Unnefer