Page 56 - LA ARMADURA DE DIOS
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CÓMO ORAR EN TODO TIEMPO





                  APRENDAMOS CON SANDRO
                        Sandro se da vuelta en la cama.
                  Las horas pasan  y no duerme. En la
                  penumbra de su mente se abrazan los      “La historia está llena
                  recuerdos y los olvidos. Se encadenan     de vidas derrotadas
                  sus miedos con sus fracasos. Y aquellas   porque para ellas Dios
                  luchas internas parecen besar al niño    fue solo una doctrina o
                  escondido en lo recóndito de sus temo-   un nombre que debía
                  res.                                      ser adorado, pero no
                        Sandro llora el dolor del fracaso.   un amigo fiel, Padre de
                  Su  mundo ha  caído en  pedazos.  Sus    amor y compañero de
                  sueños se han transformado en pesa-        todas las horas”.
                  dillas. Él se consideraba un águila sur-
                  cando el espacio azul. El cielo infinito
                  era su límite. Tal vez por eso su caída
                  fue estrepitosa. Quién sabe por eso su orgullo sangra como herida
                  abierta.
                        El Señor lo dijo muchas veces, pero da la impresión de que la
                  criatura insiste en no aprender. Sandro fue a la guerra de esta vida,
                  solo. Al principio parecía que las cosas le iban bien, que no necesita-
                  ba de Dios. Repentinamente, los vientos favorables de la economía
                  empezaron a soplar en dirección contraria y el joven promisor percibió
                  que su embarcación se iba a pique.
                        Luchó con todas sus fuerzas, como un león hambriento que
                  busca la sobrevivencia. Todo falló. El barco se hundió definitivamente
                  y ahora Sandro llora el error de haber salido solo, a enfrentar las ba-
                  tallas de la vida.
                        El otro día un hombre incrédulo me preguntó:
                        —¿Cuál es el mérito de suplicar que Dios dirija mis negocios?
                  ¿No crees que Dios ya tenga mucho trabajo para resolver el problema




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