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Su imagen podía verse en todos los televisores de los cafés, como prepara-
             ción de la emoción que habría de venir. Se concluía que el muchacho no estaba
             nada mal, es simpático y las mujeres lo ven casi como un símbolo sexual. Unos
             que se atribuían mayor sentido común, encogían los hombros diciendo:

                 Es un pícaro, otros decían es un nabo.
                 Pero todos estaban de acuerdo en admitir que una idea tan fantástica, tan
             original, solo podía nacer en una época tan extraordinaria como la nuestra, con
             su fiebre, su fogosidad y su propensión al sacrificio total.

                 El comité, por su parte, recibía unánimes elogios por no haber reparado en
             gastos cuando se trataba de mostrar por T.V., por cable, por satélite y por las
             redes semejante cosa, montar la escenografía apropiada y ofrecer a la ciudad
             un espectáculo tan excepcional. Los gastos serían, seguramente, cubiertos por
             el precio elevado de las entradas, los derechos de televisación y la publicidad
             aportada por la difusión por las redes y los grandes sponsors multinacionales.
             Sin embargo, había riesgos a correr, pero casi todos cubiertos por las compañías
             de seguros que dispusieron tarifas especiales para el evento.

                 Y por fin llego el gran día. Los alrededores del obelisco hormigueaban de
             gente, reinaba una emoción inaudita, todos retenían el aliento, sobreexcitados
             por la espera de lo que debía ocurrir.
                 Y el hombre cayo… todo fue breve, la gente se estremeció, luego levantaron
             la cabeza y se pusieron camino a sus casas. Hubo cierta decepción, el espectá-
             culo había sido grandioso, sin embargo, en suma, lo único que había hecho era
             matarse y la verdad es que se había pagado caro por una cosa tan simple. Se ha-
             bía desarticulado horriblemente, pero que placer se había obtenido, una juven-
             tud llena de promesas sacrificada de esa manera. El público volvió descontento
             a sus casas, las señoras abrían sus paraguas para protegerse.

                 ¿No se debería prohibir la organización de semejantes horrores, quién vería
             placer en ello?

                 Reflexionando… ellos encontraron todo eso sencillamente irritante .


















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