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«ERA COSA ADMIRABLE VER A LOS





               GUERREROS CONFUSOS Y TRISTES,




                          MIRANDO SU PERDICIÓN».






                                                                                                                PAGE  5





               CAÍDA DE TENOCHTITLÁN,


                 FIN DEL IMPERIO AZTECA



            El 21 de abril de 1519, desembarca Hernán Cortés al puerto de
           Veracruz. Traía consigo, diez naves, cien marineros, quinientos
            ocho soldados, dieciséis caballos, treinta y dos ballestas y diez
              cañones. Dos años después, la conquista estaría completa.
                Desde que Cortés y sus hombres pusieron un pie en tierra
          continental, el tlatoani regente de Tenochtitlán en aquel tiempo,
                  Moctezuma, estuvo enterado. «Y cuando esto sucedió,
             Motecuhzoma ya no supo de sueño, ya no supo de comida».

             La guerra la empiezan los españoles. Primero, deciden hacer
          prisionero a Moctezuma. Más tarde, teniendo Cortés que salir de
           Tenochtitlán —para enfrentarse a las tropas de Pánfilo Narváez
          enviadas por el gobernador de Cuba—, su lugarteniente Pedro de
          Alvarado, ordena la matanza a traición de guerreros y sacerdotes
          que celebraban la fiesta mayor de Huitzilopochtli. Cuando vuelve
            Cortés, es tarde para intentar arreglar el asunto con palabras.
               Moctezuma es asesinado, a pedradas por los suyos, que lo
        consideran traidor, y los españoles huyen de la ciudad en «la noche
         triste» del 20 de junio de 1520. Casi un año después, el 30 de mayo
          de 1521, Cortés inicia el contraataque, con ochenta mil soldados
        tlaxcaltecas y trece bergantines recién construidos que cercarán la
                                             isla de Tenochtitlán.

                En el ínterin, hace su aparición el arma biológica que, sin
         sospecharlo, traen consigo los españoles. «Entonces se difundió la
        epidemia: tos, granos ardientes, que queman». La viruela matará a
                  más indígenas que las armas, entre ellos, al sucesor de
         Moctezuma, Cuitláhuac, a quien sucederá, a su vez, Cuauhtémoc,
                                            el último rey mexica.


              El asedio final de la gran capital azteca durará ochenta días
            feroces. Fin de vidas concretas: doscientos mil de parte de los
           tenochcas —cuatro quintos de la población—, treinta mil de los
                 españoles. Y por consiguiente, el fin del Imperio Azteca.
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