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vida. Nada más desagradable que esos
sabios envidiosos que viven en per
petuo acecho de los tropiezos de los
demás y, entre ellos, en permanente
rivalidad de plazuela. El sabio, en
cambio, que además de su ciencia sabe
tocar el violín, es probable que se sienta
inquieto por los violinistas, pero mira
rá, seguramente, a los otros investi
gadores con generosidad. Esto es pro
greso moral y debemos fomentarlo.
Orden y claridad.
Y, finalmente, insistiré en la necesi
dad de que el hombre de ciencia futuro
extraiga de su preparación académica
una cualidad esencial: la religión del
orden y de la claridad. Nos enseñan
en las aulas un fárrago de cosas y no
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