Page 14 - El Principito
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Y así, ella lo había atormentado con su vanidad un poco sombría. Un día,
               por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, dijo al principito:

                   —¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!

                   —No  hay  tigres  en  mi  planeta  —observó  el  principito—  y,  además,  los
               tigres no comen hierba.

                   —Yo nos soy una hierba —respondió dulcemente la flor.

                   —Perdóname...

                   —No  temo  a  los  tigres,  pero  tengo  miedo  a  las  corrientes  de  aire.  ¿No

               tendrás un biombo?

                   "Miedo a las corrientes de aire no es una suerte para una planta —pensó el
               principito—. Esta flor es demasiado complicada…"

                   —Por la noche me cubrirás con un fanal… hace mucho frío en tu tierra. No
               se está muy a gusto; allá de donde yo vengo…

                   La  flor  se  interrumpió;  había  llegado  allí  en  forma  de  semilla  y  no  era
               posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender

               inventando  una  mentira  tan  ingenua,  tosió  dos  o  tres  veces  para  atraerse  la
               simpatía del principito.

                   —¿Y el biombo?

                   —Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme…

                   Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.

                   De  esta  manera  el  principito,  a  pesar  de  la  buena  voluntad  de  su  amor,

               había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia
               y se sentía desgraciado.

                   "Yo no debía hacerle caso —me confesó un día el principito— nunca hay
               que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba
               el planeta, pero yo no sabía gozar con eso…

                   Aquella  historia  de  garra  y  tigres  que  tanto  me  molestó,  hubiera  debido
               enternecerme".


                   Y me contó todavía:

                   “¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por
               sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí!
               ¡No  supe  adivinar  la  ternura  que  ocultaban  sus  pobres  astucias!  ¡Son  tan
               contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla".
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