Page 114 - Dune
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                                  Probablemente no haya en nuestra vida un instante más terrible que aquel en que uno
                                  descubre que su padre es un hombre… hecho de carne humana.

                                                        De Frases escogidas de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN



           —Paul —dijo el Duque—, estoy haciendo una cosa odiosa, pero debo hacerla.

               Estaba de pie junto al detector de venenos portátil que había sido traído a la sala
           de conferencias para su desayuno. Los brazos sensores del aparato pendían inertes
           sobre la mesa, recordando a Paul un extraño insecto muerto recientemente.

               La  intención  del  Duque  estaba  dirigida  fuera  de  las  ventanas,  al  campo  de
           aterrizaje y a los vértices de polvo girando en el cielo matutino.
               Paul estaba ante él, observando por el visor un corto filmclip sobre las prácticas

           religiosas de los Fremen. El clip había sido compilado por uno de los expertos de
           Hawat, y Paul se sintió turbado por las referencias a sí mismo que contenían.
               «¡Mahdi!».

               «¡Lisan al-Gaib!».
               Cerró los ojos y oyó de nuevo los gritos de la multitud. Así que es eso lo que
           esperan,  pensó.  Y  recordó  lo  que  había  dicho  la  Reverenda  Madre:  Kwisatz

           Haderach.  Los  recuerdos  despertaron  de  nuevo  en  él  la  sensación  de  una  terrible
           finalidad,  poblando  aquel  extraño  mundo  de  impresiones  que  aún  no  conseguía
           comprender.

               —Algo odioso —dijo el Duque.
               —¿Qué quieres decir, señor?

               Leto se volvió y miró a su hijo.
               —Los  Harkonnen  piensan  engañarme  destruyendo  mi  confianza  en  tu  madre.
           Ignoran que seria más fácil hacerme perder la confianza en mí mismo.
               —No comprendo, señor.

               Leto se volvió de nuevo hacia las ventanas. El blanco sol estaba ya alto en el
           cuadrante  matutino.  La  lechosa  claridad  hacía  resaltar  un  hervor  de  nubes

           polvorientas  que  amarilleaban  sobre  los  cañones  profundamente  cortados  de  la
           Muralla Escudo.
               Lentamente, hablando en voz muy baja para contener su ira, el Duque explicó a
           Paul todo lo referente a la misteriosa nota.

               —También, por la misma razón, podríamos dudar de mí —dijo Paul.
               —Deben creer que han tenido éxito —dijo el Duque—. Es preciso que me crean

           tan loco como para pensar que es posible. Ha de parecer auténtico. Ni siquiera tu
           madre debe saber nada acerca de todo esto.
               —Pero, señor, ¿por qué?




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