Page 19 - Boletín CIMAT septiembre 2019
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 complejo. Este simulador puede utilizarse, por ejemplo, para saber si los pasos a desnivel, las avenidas nuevas o los sistemas inteligentes de manipulación de los semáforos son la opción más óptima para la configuración particular de ciertas vialidades. Paulatinamente, herramientas como ésta serán recursos esenciales para tomar decisiones relacionadas con el diseño de sistemas viales en ciudades de pequeño, mediano y gran tamaño.
 Lecturas recomendadas
 El Algoritmo de Ada La vida de Ada Lovelace, hija de Lord Byron y pionera de la
era informática
James Essinger Alba Editorial
Me topé con El Algoritmo de Ada por casualidad y lo primero que me llamó la atención fue el título. Muchos científicos deberán saber sobre ella, pero yo no, así que despertó mi curiosidad por conocer la historia de las mujeres que han contribuido en los avances científicos.
Ada Lovelace fue una mujer de la época en la que las mujeres eran (y me parece que seguimos siendo) consideradas como objetos, accesorios o discapacitadas intelectualmente. Además Ada era de la alta sociedad de Londres, criada con una religiosidad extrema para convertirse en esposa y madre, mas no para ser considerada alguien dentro del mundo científico.
Como hija de un matrimonio ilustrado, pudo moverse en círculos liberales, lo que le permitió librarse en cierto grado de sus ataduras morales y sociales. Era íntima amiga de Charles Babbage, inventor de la primera calculadora
mecánica. Los dos compartían un incansable afán de conocimiento, que ella visualizaba a través de Dios. Ada escribió alguna vez lo siguiente:
“Quisiera contribuir en mi modesta mediada a describir e interpretar las leyes y obras de Dios Todopoderoso para que la humanidad las aplique con la máxima eficiencia; y, ciertamente, no sería para mi un pequeño honor, convertirme en una de sus más ilustres profetisas”.
La persona de Ada Lovelace me resulta especialmente atractiva, pues era amable, imaginativa, nerviosa y vehemente. Tenía mala salud y las matemáticas la ayudaban a concentrarse y olvidarse del dolor, hasta que tuvo que recurrir irremediablemente a fármacos que hoy se consumen como alucinógenos. Trágicamente murió de cáncer a los 36 años.
Rosa Inés Arteaga
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