Page 22 - Bochaca Oriol, Joaquín - Democracia show
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estampita, el billete de lotería premiado, etc., se lleva a cabo, con éxito. Parece imposible. A
                  cualquier otra especie animal sería imposible engañarla con la misma treta repetidamente. Las
                  víctimas pasarían el mensaje a sus descendientes, y éste quedaría registrado en su memoria
                  genética. Pero los hombres no tienen, al parecer, memoria genética. O no hacen caso de ella, que
                  para el caso es igual. Ni genética ni de la otra. Y eso que, aunque sólo fuera por la ley de las
                  compensaciones, al ser tres las facultades del alma, a saber, memoria, inteligencia y voluntad, la
                  escasez de estas dos últimas en el homo sapiens debiera convertirlo en poseedor de una memoria
                  privilegiada, comparándolo con los demás mamíferos.    Pues no.

                  Y la prueba la tenemos en que los pobres poldevos volvieron a la palestra, tres meses después de
                  que hicieran reír a toda Francia. La vuelta de ese pueblo mártir fue hecha posible por Robert
                  Brasillach, conocido poeta y periodista francés (23).
                  Brasillach tenía como consdiscípulo en la Escuela Normal Superior de París a un albanés, hijo de
                  un ministro del Rey Zogú, que se honraba con el poético nombre de Peppo. Este Peppo, que
                  estaba llamado a suceder a su papá en el Ministerio, siguiendo inveterada costumbre de su país,
                  exasperaba a sus compañeros con su prosa salpicada de citas de los grandes antepasados de la
                  Revolución Francesa y de topicazos. Pronunciados con la solemnidad que confiese el saberse en
                  posesión de la verdad. De manera que Brasillach y sus amigos decidieron neutralizarle con una
                  broma práctica. Y se les ocurrió persuadirle de que los poldevos habían realmente existido. Que
                  los reaccionarios de la Action Française que habían montado el truco de los poldevos, lo habían
                  hecho de tan maquiavélico manera que habían logrado convencer de su inexistencia a una
                  mayoría de ignorantes. para ridiculizar a un pueblo, pequeño, ciertamente, pero bien real,
                  precisamente para castigarle por su adhesión a los principios democráticos.    Pero escuchemos a
                  Brasillach
                  Recortamos, en los periódicos, todo lo que se refería a los poldevos, y entregamos el dossier a
                  Peppo. ¡Como! ¿No conocía él a ese pueblo ¿No eran los poldevos vecinos de los albaneses, sus
                  amigos seculares Nuestra víctima no osó negar nada. Justamente, debía celebrar una conferencia
                  en La Joven República, sobre los Balcanes. Le suplicamos que pusiera sobre el tapete la cuestión
                  poldeva. Pero Peppo dudaba. Fuimos a la Universidad y reclutamos a dos alumnos que llevaban el
                  pelo corto casi afeitado.Uno de nosotros había conseguido, no recuerdo cómo, hacerse con un
                  impreso de control de extranjeros ese impreso serviría de documento de identidad a uno de los dos
                  personajes. De manera que citamos a Peppo para mostrarle los poldevos.
                  La cita tuvo lugar en un bar de la ribera izquierda del Sena. Los dos cómplices se presentaron,
                  saludando al estilo alemán. Uno de ellos hacía un papel totalmente pasivo, como si ignorara el
                  francés. El otro lo hablaba con una dificultad extrema. Levantaba los brazos hacia mí y hacia
                  Peppo, diciendo gravemente Francia generosa. Peppo contemplaba boquiabierto a sus vecinos
                  fronterizos. Al cabo de cinco minutos se abrió la puerta del reservado y entró Georges Blond, de la
                  redacción de Je Suis Partout (14), gravemente, con un portafolios bajo el brazo. Se presentó como
                  secretario de Paul-Boncour (25) y afirmó qué su patrón concedía una gran importancia a la
                  conferencia de Peppo. Se agitó el papel del comisariado. Los poldevos, con la mirada triste,
                  embrutecidos por las persecuciones, cuando el camarero les preguntó qué deseaban contestaron
                  heroicamente
                  Vodka.
                  Paul-Boncour. El vodka. Los papeles oficiales con membrete del Comisariado de policía... Dos
                  poldevos de carne y hueso. Peppo ya no podía dudar. Incluso, en un gramófono, se le puso el
                  disco del himno nacional poldevo (que era, en realidad, el himno lituano que se encontró por
                  verdadera casualidad). Luego, se anunció la conferencia en el tablón de anuncios de la Sorbona.
                  Y, para colmo de osadía, se invitó a la misma al Presidente del Consejo Municipal de París,
                  Garnier, vieja barba radical-socialista y al rector de la Universidad. Al cursar las invitaciones a los
                  padres de los alumnos, nos apercibimos de que tres de ellos eran diputados al Parlamento. Todos
                  prometieron su asistencia y, efectivamente, asistieron.

                  Aconsejamos a Peppo que hablara de los poldevos al final de la conferencia. Para entrar en
                  materia debía iniciar el tema con un chiste bretón. Así lo hizo Peppo. El chiste, antiquísimo, no hizo
                  ninguna gracia, pero al empezar a hablar de los poldevos estalló una algarabía indescriptible.
                  Peppo lo atribuyó al efecto retardado de los chistes bretones y atacó su tema con auténtico fervor.
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